Una vez más, de tantas cuanto quedan y de tantas cuanto han quedado atrás; el lamento por la tragedia de hace unos días en la Plaza Alta, con preámbulo en San Isidro, genera y generará ecos de todas las hechuras. Empero, la lectura de lo sucedido no es otra que la que da de sí la acción de un descerebrado, que se ayuda de las dejaciones de una sociedad sobrada de burocracia y demagogia, en la que escasean la autoridad y el respeto debido a las personas y a las instituciones.

Me queda la grata sensación del excelente tratamiento informativo dado a los hechos por Europa Sur y de las crónicas eruditas y magistrales de José Ángel Cadelo. No se debiera, sin embargo, ocultar los detalles ni ignorar la realidad sociocultural en que tiene lugar lo sucedido.

Marruecos es un Estado teocrático gobernado por una oligarquía crecida alrededor de un autócrata. Un vecino incómodo de pocos escrúpulos, interpuesto ante un continente en ebullición; que envuelve dos ciudades, Ceuta y Melilla, tan españolas como cualesquiera otras de la península. Un vecino con el que hemos de compartir multitud de bienes y servicios, que ni es ni quiere ser, ni será ni a corto ni a largo plazo, un país demócrata. Siendo así como es, ello no obsta para que Marruecos goce de la aquiescencia tanto de la Unión Europea como de Estados Unidos de América. Ornemos el pastel con la guinda de que cualquiera que sea la forma de ejercerla y de practicarla, una dictadura siempre le ganará el pulso a una democracia. Simplemente porque dictar es un medio más eficiente que proponer para poder decidir o teniendo que rendir cuentas de lo ordenado.

Que Mohamed VI estuviera ausente durante la visita de una parte sustanciosa del Gobierno español, es secundario. Aunque no tenga consciencia de su papel, Sánchez no es un Jefe de Estado sino el equivalente diplomático a un primer ministro. Bien que esa ausencia sea significativa, pues cabe esperar que un presidente de gobierno, una docena de ministros y una previsión de firma de una veintena de acuerdos sean merecedores de un gesto de cortesía. En todo caso, lo patético es ver a Pedro Sánchez inclinado poniendo flores ante la tumba de un tirano, Hassan II, con muchos miles de crímenes cometidos en su propio país y contra sus súbditos. Abunda en ello, la amnesia que Sánchez y sus socios decretaron de obligada inserción mental, para el periodo en que el monarca alauita ordenó todo tipo de tropelías.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios