Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

La foto

Una fotografía plantea mil y una opiniones e interpretaciones. No podrá cambiar la realidad, solo enseñarla para mejorarla

Imposible no conmoverse ante la imagen del cuerpo cubierto por una sábana, inerme sobre el asfalto, tomada por Erasmo Fenoy y publicada en Europa Sur. El pasado viernes por la noche nos sobresaltamos ante la noticia de que una mujer había fallecido en la avenida Virgen del Carmen, en Algeciras, al ser atropellada en un paso de peatones por un vehículo que circulaba a gran velocidad. A los pocos minutos del suceso, la web de este periódico, al igual que otros medios, se hizo eco de lo ocurrido, acompañando la crónica de fotos en las que en ningún momento se mostraban la cara o el cuerpo al descubierto de la fallecida o detalles que pudieran ser escabrosos en primer plano, como restos de sangre. A pesar de ello, fueron muchos los lectores que expresaron en las redes sociales su rechazo a la publicación de esas imágenes porque consideraron que con ellas aumentábamos el dolor de su familia y amigos.

El debate sobre dónde se sitúa la línea roja entre lo publicable y no surge a menudo, también en las redacciones de los medios de comunicación, donde a veces existen tantas percepciones sobre los hechos y sensibilidades como personas hay. ¿Por qué consideramos en este caso que era necesario publicar la foto de la víctima mortal? ¿Tenía valor informativo? La respuesta es sí, teniendo en cuenta que este triste suceso es un hecho excepcional que pone sobre la mesa el problema del exceso de velocidad en nuestras calles, a lo que se suman otros factores expuestos en las mismas redes sociales: la posible limitación de la visibilidad en la zona por la altura de la mediana y de unos contenedores, quizá la falta de luz artificial o el hecho de que el paso de cebra no fuese elevado para forzar a los vehículos a bajar su velocidad. Además, en la foto en cuestión -hecha con un objetivo angular- no se apreciaban ni el coche causante del accidente ni el punto donde tuvo lugar el impacto, lo cual demostraba que el cuerpo había sido desplazado varios metros hasta desplomarse en el carril contrario de la circulación.¿Cuál es el límite? La dignidad de la fallecida, que en este caso preservamos puesto que la foto no mostraba su cadáver directamente. Tampoco enseñamos el rostro de su esposo, herido de gravedad y que aparecía en otras fotos siendo atendido sobre una camilla.

¿Tendríamos conciencia de las dimensiones de la barbarie nazi, del genocidio perpetrado contra la población bosnio-musulmana en la guerra de los Balcanes, del sinsentido de los 857 asesinatos de ETA o de la locura islamista de no haber visto una y otra vez las imágenes de los cadáveres en los campos de concentración, en las fosas de Srebrenica, del atentado de la casa cuartel de Zaragoza o de Madrid el 11-M? La memoria es débil, pero todos supimos de la tragedia padecida por el pueblo kurdo en Siria al ver la foto del pequeño Aylan, muerto sobre la arena de una playa de Turquía, cuando trataba de escapar junto con su familia de la guerra. Esta misma semana hemos contemplado de nuevo las fotos de los cadáveres de los ocho jesuitas y monjas cubiertos con sábanas tras ser asesinados en 1989 en El Salvador por un escuadrón de la muerte. ¿Hubiera sido posible ahora la condena del hombre que ordenó esas muertes si esas terribles imágenes no se hubieran difundido globalmente?

Una fotografía ofrece mil y una opiniones e interpretaciones. No podrá cambiar la realidad, solo enseñarla para mejorarla.

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