CAMPO CHICO

Alberto Pérez De Vargas

¡Por fin la depuradora!

MUCHO están viniendo por aquí los señoritos de la burguesía sevillana de la tortilla y los alcalaínos colocados en el partido. Pero bueno me parece que en parte se deba a la puesta en marcha de la depuradora, ¡qué ansiedad! He sentido esa sensación de humedad que sobre los ojillos avisa de que asoma la lágrima. Yo soy de lágrima fácil, pero eso no debe desacreditar el motivo que en este caso me inspira. Cela decía que emocionarse es de mala educación y algo de razón tenía. Mala educación, se entiende, en el sentido de no saber controlar las interioridades del alma; pero seguramente, nuestro celebrado Nobel de literatura, no contaba con que los de por aquí somos unos sentimentales sin remedio.

¡La que nos ha dado el profeta De la Encina con la "estación depuradora de aguas residuales"! Muchas de las profecías bíblicas se anunciaron con menos anticipación. Pero, mire usted por dónde, igual se nos va el profeta sin que se desdoble la carretera que nos aleja de Vejer, otra de sus más antiguas y célebres profecías. Recemos para que los que están por llegar la acojan como propia y nos ahorren unos cuantos disgustos. Al menos, la estación depuradora ahí está, mirando al mar, flamante, desafiante, posada sobre la vieja Isla Verde, otrora entorno que diera nombre a la mismísima Algeciras e hinchara el corazón de los amantes que la contemplaban desde las terrazas del Hotel Reina Cristina, mientras escuchaban el suave oleaje de un mar que rebasaba La Piedra Morena para remansar su fuerza sobre la playa del Chorruelo.

Lo de la estación es muy importante, a pesar de que no remata del todo la faena. Aún quedan vertidos incontrolados y no todas las aguas residuales llegan a la estación, pero eso es cosa del Ayuntamiento que debiera ponerse los machos, si no se los ha puesto ya, para completar asunto tan urgente y tan necesario. Un 28 de diciembre, día de inocentes y de inocentadas, el de 1995, dieciséis añitos mal contados, se dató el decreto ley que exigía la depuración de las aguas residuales en municipios de más de dos mil habitantes. Yo, que paso una buena parte de mi tiempo y estancias en uno de los pueblos de la sierra de Madrid, veía con envidia cómo absolutamente todos los vertidos procedentes de la Comunidad, incluso de pueblos con menos de mil habitantes, eran bombeados a estaciones magníficamente equipadas. Tengo amigos en el "canalillo", que es como en Madrid llaman al Canal de Isabel II, que han encendido toda mi capacidad de envidiar mostrándome las instalaciones y los inmensos depósitos de agua almacenada para posibles emergencias. Un día de estos iré a la Isla Verde para que esa lágrima que solo asomaba, acabe deslizándose por mis ya ásperas mejillas.

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