Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

El feminismo y los niños

Es conocida la querencia juvenil por rebelarse frente a aquellas doctrinas que a uno le imparten como dogma en la escuela

La igualdad es en la Constitución un mandato transformador. Los poderes públicos no pueden permanecer impasibles allí donde subsistan estructuras discriminatorias. Este compromiso jurídico con la igualdad real es el que ha justificado toda una serie de medidas contra la preterición sistemática e histórica de la mujer en los procesos políticos y en ciertas esferas sociales. Dentro de ese programa general de acción, la escuela se ha considerado un espacio transformador determinante. Proliferan así políticas para, desde la primaria, subrayar a los alumnos exponentes históricos del talento intelectual y moral de las mujeres. Son de hecho comunes las iniciativas dirigidas a vestir las paredes de los centros exclusivamente con retratos de mujeres excepcionales como Marie Curie o Simone de Beauvoir, con el objetivo obvio de transmitir a las niñas que ellas pueden, como cualquier hombre, aspirar a esa excelencia. Pero esta política, loable, no puede obviar una realidad; y esta es que hoy, según todos los índices, son precisamente los niños quienes, con diferencia, más posibilidades tienen de fracasar escolarmente, y también, cabe recordarlo, de caer en la droga, la ludopatía, el alcoholismo, o incluso, de pasar una temporada en la cárcel. Se puede replicar que dichas políticas compensan el privilegio histórico del varón; ahora bien, desde la propia lógica del mandato igualitario de nuestra Constitución, me parece difícil justificar que unas generaciones, sin culpa alguna de los privilegios machistas disfrutados por sus padres, hayan de asumir, en detrimento propio, y como pecado original, el coste de ese desagravio. Por otro lado, valdría la pena reflexionar sobre la forma adecuada de hacer pedagogía del feminismo en las aulas. Digo esto porque es conocida la querencia juvenil por rebelarse frente a aquellas doctrinas que a uno le imparten como dogma en la escuela. Recuérdese, por ejemplo, el anticlericalismo burgués de aquellos republicanos educados con los jesuitas que medraron por la II República. Que la necesaria pedagogía por la igualdad derive en clericalismo de cierto feminismo plantea así, en mi opinión, dos riesgos. El primero, que los padres busquen en la escuela privada el refugio frente al dogma que antes se buscaba en la pública. El segundo, que este celo moralista, unido al propio fracaso escolar y social de los varones, esté sirviendo de mimbre para una cultura reaccionaria que amenaza precisamente la noble causa de la igualdad.

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