Los extremos

En España creíamos que estábamos a salvo de repetir los errores del pasado, pero el coronavirus lo ha cambiado todo

Mi padre estaría hoy muy inquieto por los extremos", ha declarado Pilar Chaves -la hija menor de Manuel Chaves Nogales-, desde su casa de Marbella, cuando acaba de cumplir los cien años. Pilar Chaves sabe de lo que habla: tenía 16 años cuando empezó la guerra civil y tenía 20 años cuando vivía en París, exiliada con su familia, y vio entrar a las tropas nazis en la ciudad. Mientras su padre huía a Inglaterra, ella y su madre y sus hermanas tuvieron que regresar a España -la horrible España franquista- por miedo a ser apresadas por los nazis. Si alguien sabe cómo acaban los países cuando se dejar arrastrar por los extremos ideológicos -totalitarios de derechas frente a totalitarios de izquierdas-, esa persona es la lúcida Pilar Chaves.

Pero aquí, entre nosotros, cada día nos vamos deslizando más hacia los dos extremos. Si Juan Carlos Monedero -uno de los personajes más tóxicos que hay en España- sufre un escrache en Sanlúcar de Barrameda, miles de personas lo justifican porque el propio Monedero se había dedicado a jalear los escraches contra sus enemigos ideológicos, mientras que miles y miles de partidarios de Monedero gritan asustados que la intolerancia y el odio se están extendiendo entre nosotros, cuando justamente ellos llevan años propagando alegremente la intolerancia y el odio. El buen extremista jamás es consciente de que lo es, ya que para él los únicos extremistas son los del bando contrario. Chaves Nogales, el padre de Pilar Chaves, escribió en 1937 que no había nada más parecido a un reaccionario que un revolucionario, y justamente por ser así de lúcido -hoy en día lo llamarían con desdén "un equidistante"-, Chaves Nogales tuvo que morir exiliado en Inglaterra, repudiado por los dos bandos, el de los "hunos" y el de los "hotros", que lo enterraron en el silencio y en el olvido interesado porque su visión ideológica desmentía toda su propaganda.

En España siempre habíamos creído que estábamos a salvo de repetir los errores del pasado porque éramos una sociedad próspera y estable que había aprendido la amarga lección de la Historia. Pero de repente el coronavirus lo ha cambiado todo. Y con la caída abismal del PIB y la pérdida brutal de puestos de trabajo -y el consiguiente aumento de la desesperación y la rabia-, hay motivos, muchos motivos, para estar preocupados. Mucho.

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