En la Antigua Grecia la "areté" era una condición que implicaba la existencia de un conjunto de cualidades cívicas, morales e intelectuales. Señalaba la capacitación de una persona para pensar, para hablar y para obrar con éxito y su posesión resultaba imprescindible para poder ejercer el gobierno de aquellas ciudades-estado. Su equivalente moderno es la excelencia, esto es, una aptitud o habilidad fuera de lo común y una condición moral muy elevada. Aunque parece razonable que tal atributo fuese deseado en cualquier ámbito social, lo cierto es que, por lo menos entre nosotros, la excelencia ha sido desplazada por su antagónico: la vulgaridad. Donde primero se despreció fue en la educación, al dejar de valorar el mérito, la disciplina y el esfuerzo confundiendo -arteramente- la igualdad de oportunidades con la igualdad de resultados. Este equiparar a la gente en la línea de meta en vez de en la de salida a propiciado una sociedad mediocre a la que, por supuesto, no son ajenos los políticos. Recientemente el PP ha destituido a Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz de su grupo parlamentario por la sencilla razón de su llamativa excelencia. Cayetana es, de largo, la persona con mejor oratoria de la Cámara de Diputados, demuestra criterio propio, tiene ideas inteligentes y transmite un mensaje implacable y claro, fruto de su consistencia teórica y de sus firmes convicciones políticas. En teoría, era "la joya de la corona" en un grupo parlamentario repleto de medianías que a lo más que aspiran es a poder recitar en público las directrices que marca la cúpula del partido sin embrollarse demasiado. El "pecado nefando" de Álvarez de Toledo -como antes lo fue de Manuel Pizarro y Alejo Vidal-Quadras (en el mismo partido) o Rosa Díez y Juan Carlos Girauta (de UPD y Ciudadanos)- es el de estar orgullosa de su libertad individual y de tener una opinión propia que lo mismo utiliza para ser beligerante con sus adversarios políticos que para señalar las contradicciones dentro de su propio grupo. Sus personalidades son notas discordantes en un parlamento que, gracias a nuestro sistema electoral, potencia que los escaños, antes que, por personas relevantes, estén ocupados por "diputados-florero" cuya única misión será no equivocarse de botón a la hora de las votaciones en el tiempo que dure la legislatura. Mal negocio el que ha hecho Pablo Casado que, en aras de facilitar sus posibles componendas con Sánchez, ha decidido prescindir de su mejor parlamentaria en unos tiempos difíciles en los que junto a unos cuantos cantamañanas, se sientan en el Congreso siniestros personajes que, con la anuencia de las autoridades de la Cámara y del Gobierno, pugnan por destruir la nación. A esos, Cayetana les tenía tomada la medida y no en vano han sido los primeros en alegrarse (además de Carmen Calvo) de no volver a tenerla enfrente. Al contrario que en Grecia aquí ni "areté" ni excelencia tienen cabida… porque no existe demanda de ellas.

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