No es estupidez sino maldad

Escuchar los razonamientos de algunos ministros induce el pensamiento de que estamos ante mala gente

Es difícil que alguien con pocas luces -es decir, con un cierto grado de estupidez privativa- alcance puestos de gran responsabilidad. Aun siendo consecuencia de una elección y no de una selección. Hay que descartar la teoría del tonto útil, pues más bien se trata de un recurso verbal despectivo que de una realidad manifiesta. Llegar al poder y permanecer en él, una vez alcanzado, exige de una capacidad considerable y, sobre todo, de unas habilidades que no están al alcance de cualquiera. Otra cosa es la maldad o la egolatría o el narcisismo, que ordinariamente se dan conjuntamente o están muy imbricados. La expresión "tonto útil" debiera de ser sustituida por la de "malo útil" o al menos pensar en la segunda cuando se hace uso de la primera. La maldad es compatible con la capacidad para situarse y mantenerse en situación. También es compatible con la inteligencia o, más precisamente, con ciertos tipos de inteligencia. Al presidente Rodríguez Zapatero, lo de "tonto" parecía venirle a la medida; su aspecto, sus gestos y sus poses alimentaban el supuesto; pero no nos engañemos, tal vez fuera un romántico inculto, rayante en analfabeto funcional, y mal informado, pero no puede ser que fuera tonto.

Obviando determinados comportamientos de los presidentes Aznar y Rajoy, que daban para ser comparables a los de Zapatero, en el caso del presidente Sánchez Pérez-Castejón, se intuye no estupidez sino maldad. Es evidente que para él y sus robotizados acólitos, el fin justifica los medios, por execrables y perjudiciales que estos sean. Dado que no puede concebirse que el sujeto no sea capaz de valorar los efectos de sus decisiones, lo razonable es pensar que esos efectos no le importan si suponen disponer de los apoyos suficientes para mantener su protagonismo en escena. De añadido, hay que reconocerle una habilidad nada común para rodearse de sacristanes que acepten de buen grado que las cosas sean como son. Escuchar de cerca y con atención los razonamientos de algunos ministros y, sobre todo, de esa especie de niño listo para los mandados que es Félix Bolaños, induce el pensamiento de que estamos ante mala gente. El deterioro de las instituciones, consecuente al afán compulsivo por controlarlas y la mentira como instrumento de uso corriente en el discurso político, debieran generar una fuerte reacción de la sociedad civil porque nos va en ello la propia existencia de España como Estado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios