COBIJADA tras una minúscula ventana, justo en la esquina donde sopla el viento; en un remoto territorio en el que los semáforos no existen y todos los trayectos lucen con un verde esperanzador; donde el tiempo solo responde al presente que lo habita.

Allí, plena, comienzo esta andadura, esta vertiginosa y obligada necesidad de llenar de contenido esta minúscula pantalla en blanco que mi compromiso reclama.

Es aquí, en este feudo que momentáneamente me cobija, desde donde recibo el anuncio del arranque de la campaña electoral que comienza; esa que anuncia que llegó la temporada de promocionar las ofertas de discursos vacíos, de guiones gestionados sin la lupa del alma. Atención, llega la lucha de titanes; de aflojarse la corbata y abandonar el pesado traje de chaqueta; ahora, damas y caballeros, llegó el momento del enardecimiento en multitudinarias plazas descamisados; de visitar mercados y parques, pueblos y más pueblos desconocidos; de bajar al mundo de los hastiados, que ya no saben en qué creer, y convencerlos. Un agotador recorrido por la península, sin tregua al descanso ni a las estadísticas; con la consecuente afonía que produce el decir tantas falacias en tan reducido espacio de…

Si de lo que se trata es de no perder el tiempo, que es lo que certeramente caro se cotiza, te recomiendo que cambies de registro, navegues por la red y acudas a un nuevo modelo de discurso; a ese que, te aseguro, se construye sin trampas; improvisado desde el profundo sentir del arte. Hablo del que el galardonado Leonard Cohen donó a la prosperidad en su paso por Oviedo; ese que se fundamenta en expresar otra dimensión de la gratitud.