Hoy el presidente del Gobierno en funciones se ha levantado igual que en la mañana del 26 de junio de 2016: con la esperanza de que cunda entre el electorado la idea de elegir entre su partido y los radicales, y mejorar los 123 diputados de seis meses antes. No es la misma persona, ni el mismo partido, ni se despertó en el mismo colchón, pero discurso, ilusiones y número de escaños son idénticos. Rajoy quedó insatisfecho con los resultados de diciembre de 2015 y ni siquiera intentó la investidura. Fue Sánchez quien probó una llamativa y minoritaria coalición con Ciudadanos.

En la segunda vuelta de aquella serie, Rajoy puso el foco en Podemos, proponiendo al país elegir entre él y los radicales capitaneados por Pablo Iglesias. El resultado fue una mejora de 14 escaños para el PP y un magnífico provecho para Unidos Podemos que quedó cerca de los socialistas. Hoy, como si el espejo de Rajoy devolviese la misma imagen invertida, Sánchez aspira a que los españoles aumenten sus diputados de abril señalando al otro extremo del espectro político como la nueva amenaza. Una estrategia que puede darle votos tanto al PSOE como a Vox, de la misma manera que la táctica del PP hace tres años ayudó a los populares y Podemos.

No es lo único en lo que coincide Sánchez con Rajoy: también se ha apuntado a la vieja demanda del PP de que gobierne la lista más votada, aunque sea en minoría. Algo que hace de España un caso singular. En los otros 27 países de la UE hay 19 coaliciones de Gobierno, cuatro mayorías absolutas, un país presidencialista y tres gobiernos en minoría, pero todos tienen un mayoritario apoyo parlamentario. El PSOE se queja del bloqueo, pero aquí falta cultura de pactos, no sólo para acordar gobiernos, leyes o presupuestos. Urge un pacto social que corrija la desigualdad que aumenta desde la crisis. Hay que conciliar la España urbana mayormente mediterránea y la que se vacía. Es necesario rediseñar el reparto de poder y la financiación territorial; también el encaje constitucional de Cataluña...

Hay otro espejo que interesa a Sánchez. El de Susana Díaz. El presidente ganó en mayo de 2017 las primarias del PSOE a la jefa de su partido en Andalucía con un discurso del que ha dimitido, asumiendo el de su contrincante. Entonces Sánchez propugnaba acuerdos con Podemos, mientras que Díaz era reticente a entenderse con ellos y prefería el apoyo de Ciudadanos. Susana defendía sin complejos la unidad de España; Pedro decía que Cataluña era una nación y España una nación de naciones. Díaz pagó un alto precio al permitir que gobernara la lista más votada mientras Sánchez entonaba el no es no. Y el pasado mes de diciembre ella puso todo el foco en Vox para parar a la derecha, sin éxito. Ahora él mira al centro, quiere gobernar en minoría, elude el embrollo nacionalista y propone al país elegir entre él y la extrema derecha.

Hoy Sánchez se mira en dos espejos: el de Rajoy y el de Díaz.

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