Seguramente no es muy acertado identificar una ciudad con sus representantes políticos, pero no puede evitarse la asociación de la una con los otros; en particular, de la Línea con Juan Franco: un funcionario municipal que ha sabido conectar con su pueblo. Por añadidura, la candidatura de Franco, en las últimas municipales, fue votada abrumadoramente, lo que refuerza su representatividad y la de su grupo: "La Línea 100×100", un partido local creado para unas elecciones. Sin embargo, descendiendo al detalle, la abstención fue cercana al 53 % (52,66). Casi 26.000 (25.868) linenses, optaron por inhibirse de la situación, en un censo electoral de 49.113 ciudadanos. Ello supone un respaldo real a la candidatura, de algo más del 35% (35,55) de ese censo; es decir, sobre el volumen de votantes no llega a cuatro de cada diez. Por eso hay que hablar de representatividad con cautela, incluso en este caso.

Pero ni siquiera puede decirse que esta adhesión entusiasta a un grupo político, sea en La Línea, algo remarcable. Si La Línea 100×100 tiene hoy 21 concejales (de 25), el PSOE en 1983 obtuvo 22, y el pintoresco partido llamado GIL alcanzó los 17 en 1999. En este último caso, la abstención fue del 36% y en 1983 de un poco más del 41%, considerablemente menores que en la de 2019. De modo que por tres veces ha ocurrido en La Línea ese raro fenómeno de que una opción política cuente con un respaldo mucho más elevado que todas las demás juntas. Como cuando el GIL, se ha tratado en esta ocasión ¿cómo no? de optar por algo que no parezca partido de los de verdad; dado el tópico de que aquellos no tienen interés por la Línea. Como si los partidos tradicionales fueran algo extraño, como si los militantes de esos partidos no fueran linenses. En 1983 era la verja, el PSOE ¡la había abierto!; pero ¡ah amigos!, lo acertado no habría sido abrirla sino ignorarla y aprender a vivir con independencia del chalaneo y del peculio bajo la alfombra. En cuanto al GIL: ¡iba arreglarlo todo! y, como era de esperar, no arregló nada. Pues bien ahora ¡ya está!: la solución es "gibraltarizarse", convertirse sin ataduras ni peros, en el saco de mano de obra de la singular economía de la colonia. Tal vez convendría al imaginativo alcalde de La Línea, reflexionar sobre las causas que hacen que parezca que el espectacular desarrollo industrial de los años setenta, sólo iba para provecho del resto de la comarca.

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