Tres españolas en París

Dados sus caracteres rompedores, sus biografías apenas han tenido acogida en España hasta tiempos recientes

A lo largo de los siglos XVIII, XIX Y XX, París alumbró al mundo nuevas formas de pensar, sentir y vivir. Y, casualmente, en tres épocas distintas de esos siglos, tres españolas irrumpieron allí para desempeñar un papel primordial gracias a su arte y comportamiento. Basta seguir sus vivencias para contemplar cómo se fraguó en Europa la modernidad. Dados sus caracteres rompedores, sus biografías apenas han tenido acogida en España hasta tiempos recientes. Quizás porque sus triunfos artísticos se vieron acompañados de una aureola de vida libre, sobre todo en relaciones amorosas, consideradas, en estas tierras, poco edificantes. Pero por fortuna, en estos días, el azar ha provocado que se recuperen unos nombres que, aunque vivieron en siglos distintos, resultan complementarios. Tal vez porque cada una, en su época y estilo, se entregó a la creación y a la vida con similar entusiasmo. La primera, Teresa Cabarrús, hija del financiero español del mismo apellido, aparece bajo otro nombre (Susana Montalbán) en la obra dramática, La diosa razón (1786), que Manuel y Antonio Machado, tenían casi finalizada en 1935, y que acaba de ser editada (Alianza), gracias a la labor llevada a cabo con manuscritos recuperados. No sorprende que, dado el interés por otros peculiares personajes femeninos en su producción teatral, los hermanos Machado se sintieran atraídos por una mujer española que desempeñó tan llamativos papeles en el centro mismo de la Revolución francesa. La segunda, Pauline García-Viardot, reinó (no existe palabra más acorde) como cantante y compositora en salones, teatros y cortes de toda Europa, porque su padre, Manuel García, supo situarla en París, en 1821, para que al calor de la más cosmopolita de todas las familias artísticas españolas -como ha mostrado Moreno Mengíbar- provocase la mayor cadena de elogios literarios destinados a una cantante, incluido el de convertirla en protagonista de Consuelo, la célebre novela de George Sand. Por ello, hay que aplaudir que, este noviembre, el Festival de música española de Cádiz le rinda merecido tributo. Y la tercera, María Casares, un siglo más tarde, llenó de gloria la vida escénica de París. Esta fascinante actriz, hija exilada del político republicano Casares Quiroga, adoptó el teatro como su nueva patria y conmovió a toda la intelectualidad francesa, incluido Albert Camus (relación recogida en una conmovedora correspondencia). También de ella se acaba de traducir una necesaria biografía escrita por Anne Plantagenet: La única (Alba).

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