S EGÚN se pudo leer hace unos días en Europa Sur, las autoridades municipales y carnavalescas de Cádiz han decidido suspender el concurso y el resto de actividades del Carnaval de 2021. Resulta cuanto menos irónico que en un tiempo en que, por mor del coronavirus, nos hemos habituado a vivir continuamente enmascarados, se vaya a suprimir precisamente la celebración que por antonomasia glorifica el disfraz y la máscara. Ese maquiavélico microrganismo que procedente de China se ha asentado en Europa ha conseguido lo impensable: que Cádiz (o Tenerife, o Venecia, o Rio…) renuncien a sus más puras esencias, esto es, que personas para las que el carnaval es "una forma de vivir" o que se conmocionan al sentir "el escalofrío de una octavilla que te araña el alma", dejen pasar estoicamente las fechas de las carnestolendas sin rendir pleitesía al dios Momo (rescatado de las fiestas dionisiacas griegas) o al dios Baco (el referente de las bacanales romanas). Por si esto no fuese una buena prueba del poder intimidatorio del virus, ya andan cofrades, penitentes y costaleros haciéndose a la idea de que por segundo año consecutivo se van a quedar sin Semana Santa a pesar de que el año pasado y con un cierto tono de suficiencia el alcalde de Sevilla apelaba a la OMS como única institución capaz de prohibirle conmemorar la Pasión de Cristo como es debido. A pesar de la omnisciencia y la omnipotencia divinas, ni crucifijos ni palios podrán procesionar por unas calles que, por el momento, son territorio exclusivo del coronavirus. De igual manera el miedo al contagio ha hecho que un pueblo tan devoto como el andaluz desatienda a las vírgenes y santos que cada año reciben infinidad de visitantes con motivo de sus romerías y así ni la del Rocío en Almonte, ni la de las Cabezas en Andújar, ni la submarina de la Palma en Algeciras o la de la Luz en Tarifa se verán por el momento arropadas y piropeadas por sus fervorosos feligreses que a pesar de estar recurriendo continuamente a ellas para que les solventen sus problemas y les consuelen de sus penas, no ven nada claro que les vayan a proteger de un virus se esparce como reguero de pólvora en estas multitudinarias concentraciones marianas. Otro acontecimiento considerado esencial o incluso imprescindible por los habitantes y las autoridades de pueblos y ciudades, las ferias y fiestas, tampoco ha pasado el fielato del coronavirus y por mucho que toda localidad se pirre por practicar lo que Ferlosio llamaba onfaloscopia (el arte griego de mirarse el propio ombligo y decir, cuando se encuentra pelusa, que aquello es seda virgen), tanto el chauvinismo autolaudatorio ("por mi pueblo hay que morir") como la jarana y el folclore se han plegado ante la invisible presencia de este microorganismo asiático que nos ha cambiado de paradigma . Las cosas que teóricamente daban sentido a la vida se han transformado en superfluas y ahora tan solo hay una esencial: la supervivencia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios