Pocas escenas de la Historia Sagrada han sido tan cinematográficas como la de Sansón y Dalila. Hasta los Hermanos Toronjo le dedicaron una sevillana bíblica en la que se lamentaban de esa "Dalila infame que mientras Sansón dormía, los hilos de la fuerza supo cortarle". Hay dos momentos estelares en el episodio. Uno, cuando aprovechando que Sansón tras una buena juerga y jartito de tó, dormía la cogorza, la listorra de Dalila cogió las tijeras y con la habilidad de mi pelukero Raimundo, lo peló al cero con lo que se despertó, como Superman en una cama de kriptonita. Sin embargo, mi momentazo favorito es cuando el ex forzudo, atado con cadenas a las columnas del templo, se arrepiente y suplica a Dios que le recargue las baterías. Concedido el deseo llega el culmen, hace trizas las columnas y derriba el templo, pronunciando la frase célebre: ¡Muera Sansón y mueran conmigo los filisteos! Al inefable Puigdemont, le dio por marcarse un Sansón, imitando la escena final. Amarrado a las columnas de la Generalidad por las cadenas de la CUP, las de Esquerra, los Ómnium, las de Frankestein Mas y las de otros rufianes, le entró una cosa por el cuerpo al oír el número 155 que cuando hablaba, nadie lo entendía. Al final el pobre dijo que ante la incomprensión general, no le quedaba más salida que declarar la república catalana. Pronunció las palabras de Sansón, zamarreó las cadenas y tiró abajo el tinglado del independentismo. Cuando se disipó la nube de polvo, va el nota y se percata de que los odiados filisteos españoles no estaban allí; los lesionados eran los suyos, a los que además les caía como suplemento, el peso de la Ley. Se había equivocado de filisteos.

Ahora yo de él, no jugaba más a las cartas con Rajoy. Ha sido un contendiente frío como el hielo. Confieso mi desesperación, como la de muchos españoles por la lentitud con que llevaba la partida y soportaba los agravios. Era difícil buscar en su cara algún gesto que permitiera adivinar la jugada, en sus palabras algo más que la serenidad y la retranca gallega acostumbradas. En el momento preciso, puso sobre la mesa un póquer de ases invencible: la Ley, la Constitución, los cuerpos de seguridad del estado y la bandera española. Todavía los españoles le brindamos un as suplementario: el cachondeo en las redes sociales que detectaron, antes que nadie, la inconsistencia de esa pandilla. Y todavía les queda aguantar en febrero, el Carnaval…

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