Cambio de sentido

El envés de las palabras

En estos tiempos de posverdad, no es lo mismo votar a Agamenón que a su porquero

No se puede ser sublime sin interrupción. Se lo tengo dicho a Baudelaire. Si cada periodista y columnista de este su diario contáramos las angosturas que algunos días pasamos para escribir y enviar nuestros textos, sin duda sentirían por nosotros una poquita de compasión. Hay una épica de bolsillo detrás de muchas crónicas, entrevistas y columnas -incluso en las aparentemente intrascendentes- que publicamos. Como hay pequeñas inundaciones en los ojos de aquel funcionario que nos atiende como si nada; o derrotas ardientemente libradas en la postura de esa mujer "sobre un taburete erguida,/ radiante, despeinada,/ por un viento sólo tuyo/ presidiendo la farra", que diría Gil de Biedma. Mandan los cánones no hablar de las costuras de los textos, del envés de las palabras. Mostramos lo que vemos, no nuestros ojos. Pero permítanme por hoy la impudicia de saltarme esto y confesarles que muchas veces escribo esta su columna desde trenes, en habitaciones sin vistas, en sentajos imposibles, con estos pelos, en medio de un concierto para zoletita y espiocha interpretado por un digno cuarteto de albañiles; entre llamada y llamada de teléfono, horas antes de que la anestesista dijera "estoy contigo, tranquila". No existe el estado ideal de escritura. Escribimos sobre el viento y a pesar del viento.

Hoy les envío esta columna desde una Vitoria-Gasteiz lluviada y vital. Comienzo a sospechar que anorak es una palabra del euskera. En esta cafetería la música suena a decibelios de infarto. Una tele afónica escupe cifras y colores: Europa con metástasis ultraderechista en varios órganos vitales; el señor con vocecilla ciertamente franquista (el mismo que nos advirtió que calladitas estamos más guapas) comparece ufano. Pero el auténtico gozo y la pena va por sedes, barrios y ciudades. Las municipales nos rozan la piel; de ellas depende el devenir diario del pueblo e -importante- el modelo de cada polis. Sin enarbolar ningún pendón -a no ser que sea el de la Cruz Verde-, quizás convengan conmigo que, en la era del dios dinero y la posverdad, no es lo mismo votar a Agamenón que a su porquero. "Conforme", dirá el porquero. "No me convence", dirá esta vez -con la venia de Antonio Machado- Agamenón. Detrás de toda palabra hay revés y reveses, pero celebro que no sean atroces como los de quienes me precedieron, y no me olvido -ay Europa- de que podrían volver a serlo. Feliz haz, preciados lectores del Sur, desde el envés de estas palabras escritas en el Nor.

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