Un encuentro de biblioteca

El día 31 de agosto se cumplirán 130 años del nacimiento de Zenobia Camprubí en Malgrat de Mar

Me encontré, hurgando en mi biblioteca, que es uno de mis placeres cotidianos -siempre sencillos- con un viejo libro de una vieja colección, la de premios Nobel de Editorial Aguilar: una casa de ediciones legendaria que desapareció hace años. Era un ejemplar dedicado a Rabindranath Tagore (premio Nobel de Literatura 1913), un poeta hindú que impregnó de poesía su quehacer cotidiano. Cuando leí por primera vez a Tagore, allá por los años sesenta del pasado siglo, apenas salido de la adolescencia, me quedé sobrecogido, como cuentan que se quedaron los académicos suecos cuando propuso su candidatura Thomas Sturge Moore, un ilustre poeta inglés miembro de la prestigiosa Royal Society.

Aunque en las primeras hojas del libro aparecía el nombre de la traductora del original en inglés, Zenobia Camprubí de Jiménez, apenas si me detuve en considerarlo. No estaba habituado a prestar atención a los traductores; era una grave carencia educativa. Seguramente el hecho de que inmediatamente más abajo apareciera la leyenda: "Con un epistolario liminar de José Ortega y Gasset y un colofón lírico de Juan Ramón Jiménez", me distrajo. La edición de Aguilar estaba muy cuidada, como habitualmente; en torno a aquella casa pululaba lo más selecto del universo literario en lengua española. Y la traducción -aun si conocer el original- era exquisita. Después, ya con el conocimiento y la experiencia de incontables encuentros con la literatura, empecé a detenerme en los traductores: agentes que ponen a nuestro alcance obras maestras que, sin ellos, ni siquiera serían percibidas.

Supe más tarde de donde venía lo "de Jiménez" y ello me despertó un interés aún mayor que el que me despertaría el poeta de Moguer cuando tuve noticias de él en mis primeros años de estudiante de secundaria. Este año, el día 31 de agosto, se cumplirán ciento treinta años del nacimiento de Zenobia Camprubí en Malgrat de Mar, en Barcelona. Me ha interesado sobremanera la vida y la obra de esta cultísima mujer, que no habría necesitado ser la de Juan Ramón Jiménez para ser quien era. Sin embargo, sin ella, yo diría que Juan Ramón se habría quedado en el camino y seguramente en el vacío. Es curioso concluirlo y trasladar la escena, y compararla con tantas otras semejantes de la historia, en las que acaso ni siquiera ha trascendido el nombre de la mujer que interpretara en la escena de la vida, el mismo personaje que la traductora de Tagore.

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