La encíclica y el contexto

Diríase que la acogida del documento del Papa ha sido bastante mejor en la izquierda que en la derecha

La tercera encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti, de reciente publicación e inspirada en la figura de san Francisco de Asís, acentúa el tono social de las anteriores, en la línea de su pontificado. Una encíclica pegada al evangelio, escrita sin aspavientos, un grito sereno contra las principales injusticias de este mundo globalizado, con especial énfasis en la desigualdad, el egoísmo y la marginación, posicionándose de manera rotunda en el tratamiento de la emigración. Cierto es que también en ella hay sitio para la crítica a los populismos y nacionalismos, pero el tema central no deja de ser la defensa del mundo como comunidad, primando el diálogo sobre el rechazo, donde "el derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados".

En el ambiente de extrema polarización que soportamos, diríase que la acogida del documento ha sido bastante mejor en la izquierda que en la derecha. A este lado, están los que por simple respeto han guardado un prudente (y elocuente) silencio, pero no son pocos los que se han lanzado a criticarla, tachándola de insultante, socialista y hasta masónica. Aunque lo que dice Francisco no dista mucho de lo que proclama la doctrina social de la Iglesia, y pontífices anteriores no tenidos precisamente por progresistas ya criticaron con más precisión si cabe los excesos del liberalismo (ya en la recordada Centesimus annus Juan Pablo II denunciaba el capitalismo salvaje), para demasiados supone un espaldarazo a las políticas de izquierdas (escuchen si no a personajes tan poco piadosos como Echenique o Errejón).

Para mí, la encíclica tiene el aliciente de la crítica no exenta de interpelación a quienes (bien) vivimos sobradamente en el primer mundo mientras tantos otros (mal) viven, aunque creo que quizás no esté publicada en el momento más adecuado, cuando nuestra cruda realidad se debate entre la pervivencia de un sistema de valores constitucionalmente amparados (entre los cuales también se encuentran el derecho a la libertad religiosa) o su transformación en otro más difuso que posiblemente no busque otra cosa que liquidarlo. Y es en este contexto cuando se corre el riesgo cierto de que las justas palabras del Papa sean utilizadas torticeramente a su favor por quienes persiguen justamente lo contrario.

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