Con elegancia

En estos tiempos, la elegancia necesita una defensa pero una defensa discreta, casi imperceptible

Hay un anhelo subterráneo de señorío. Se percibe en mil detalles pequeños, que son los SOS que lanza la sociedad que se ahoga en su propio naufragio. ¿Ejemplos? Las reediciones de Nobleza de espíritu de Rob Riemen, un libro que apunta, aunque no dé del todo, o la ejemplaridad de Javier Gomá, o muchas canciones últimas de Loquillo. O, en estos días, la repentina fama viral del joven sastre inglés Zack MacLeod Pinsent. Tiene 25 años y ha decidido vestirse como un caballerete de la Regencia, con sus medias, tacones, faldones y encajes. No le falta un perejil.

La idea es buena; la ejecución, mala. Todo lo que recuerde al carnaval, aunque sea el de Venecia, es retroceso. Lo sé por experiencia, porque con 17 años, en vez de llevar un anorak, yo iba con una capa española al viento en mi vespa. Pero no se trata de ir llamando la atención, porque eso reprocha a los demás que no sean tan exquisitos o tan indiferentes al qué dirán; o los parapeta en lo suyo. Es mejor hacer un subrepticio trabajo de zapa, resistencia y rebeldía. Como en la pedagogía más sutil, con la elegancia conviene proponer apenas 'el escalón de desarrollo próximo'. Comportarse, portarse y vestirse algo mejor que la media, para subirla, y luego más, y más.

Antonio Machado advirtió: "Qué difícil es/ cuando todo baja/ no bajar también", pero Jünger dejó un resquicio a la esperanza explicando que, cuando todo baja, el que se mantiene, sobresale. Lo explicaba con el ejemplo de una roca, que aparece y brilla en la superficie con la bajamar. Podríamos versificarlo a lo Machado: "Parece subir/ cuando todo baja/ quien se queda ahí". Si además de resistir, también se sube un poco, a más a más, que dicen los españoles del noreste. "Y el que un poco suba/ cuando todo baja/ mucho es lo que suma".

Mentiría si dijese que esta columna me la ha inspirado Mr. Pinsent. Fue una señorita cruzando una calle con una colorida falda larga, unas alpargatas trenzadas y un sombrero casi bucólico, pero perfectamente camuflado en el incipiente veraneo, quintacolumnista de la belleza. Es la idea. Subía el nivel sin extravagancias. Igual que los sacerdotes que ejercían en la Inglaterra del XVI que los perseguía a muerte eran llamados 'los espías de Dios', necesitamos espías de la elegancia. Los imperceptibles de la percepción estética. Yo ya estoy gordo y viejo como para predicar con el ejemplo, pero contribuiré con mi apreciación.

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