El futuro de la prensa en papel

Cada vez que disminuye el abanico de posibilidades de elección se reduce un trozo de nuestra libertad

LA empresa editora de las revistas Interviú y Tiempo ha comunicado que dejarán de publicarse en el formato de papel tal como lo venían haciendo desde 1976 y 1982, respectivamente. Ambas cabeceras gozaron durante años de gran difusión y popularidad, hecho que es inevitable relacionar con la llegada de la democracia a España. Dos publicaciones que, cada una en su ámbito y su estilo, eran rentables para sus editores debido al éxito de ventas, que en el caso de Interviú llegó a alcanzar tiradas de un millón de ejemplares y que en los últimos años sumaban pérdidas elevadas que han hecho imposible su continuidad.

Dos cabeceras más, emblemáticas en este caso, que se suman a esa larga lista de publicaciones en papel desaparecidas y que no debemos considerar como una amenaza, sino como una realidad dramática que no sabemos cuándo tocará fondo. Se podrá argumentar que no se puede ir contra el tiempo y que la realidad, tan tozuda, acaba por imponerse, es cierto, pero por fortuna, del pensamiento humano no han desaparecido del todo la sensibilidad (no me gusta la palabra nostalgia) ni el gusto personal.

Independientemente de las preferencias que cada persona pueda tener por unas publicaciones u otras, lo que está claro es que cada vez que disminuye el abanico de posibilidades de elección se reduce un trozo de nuestra libertad. Interviú permanecerá ligada para siempre a una época en la que una generación no precisó salir de nuestras fronteras para ver determinadas películas ni comprar ciertas publicaciones en el mercado negro.

El paso a la edición digital parece ser el signo de los tiempos. Hay que aceptarlo y adaptarse. Si es así, al menos, no implica su desaparición. Pero los que hemos crecido con el papel, sin rechazar la pantalla, no podemos dejar de añorar ese acto cotidiano de acudir al quiosco, charlar con los vecinos y comprar la prensa. Alea jacta est. Desaparecen las cabinas telefónicas, los telegramas, las cartas escritas a mano, los cines en salas grandes, los discos musicales, pero hay cosas que están grabadas en nuestro cerebro para siempre, como el olor del café y del pan recién hecho, el sabor de la mantequilla o el aceite de oliva y la paz proporcionada por un buen desayuno, sobre todo si está acompañado de un periódico en papel, aunque éste se acabe manchado de aceite, como decía Delibes que solía ocurrir en casa de los pobres.

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