El efecto Rajoy

Lo malo es que el hedor de los habitáculos secesionistas contamine a la atmósfera de la convivencia

Si el secesionismo catalán habitara el castillo de Bram (Bram Stoker es el autor de Drácula y así es como llaman los rumanos a la estancia que lo inspirara en Transilvania), Mariano Rajoy sería para el personal de a bordo, como la luz del Sol al amanecer. Los vampiros -criaturas de lo más parecido a los nacionalistas- de la extraña familia separatista, van lentamente desintegrándose por efecto de esa luz misteriosa que emana del presidente. Un resplandor que va minando con desesperante parsimonia todo lo que puede ser peligroso para la estabilidad del premier; incluso en otros casos, cuando el peligro viene de sus propias estancias. No conozco personalmente a Rajoy; apenas si he tenido un par de encuentros con él durante su corta estancia en Educación, cuando el milenio alboreaba. Pero ya apuntaba maneras. Pasó de largo, sin mancharlo ni alterarlo. Fue como aquel torero que a la pregunta de un peón de brega: ¿adónde te lo pongo maestro? contestó: ¡llévatelo adonde no lo vea!

En el grave asunto del secesionismo, parece como si al presidente le estuviera saliendo bien esperar a que los vampiros se vayan consumiendo en el dislate. Pero no ha valorado los efectos de un lema que los coreógrafos de "Convergencia y Unión" entonaban en los primeros años de la Transición: "Avui paciència, demà independència" (Hoy paciencia, mañana independencia). Como recuerda la presentación de Paciencia e independencia: La agenda oculta del nacionalismo (Ariel 2014) de Francesc de Carreras. Y añade: "En el año 2005 una encuesta de la Generalitat daba un porcentaje de ciudadanos favorables a la independencia de sólo el 13,6%. Hoy se sitúa alrededor del 50%".

Es cierto que los disparates acaban por ahogarse en sus propias contradicciones y que los esperpentos no trascienden y se diluyen en la indiferencia. Pero es si no salen de sus pobres reductos. Si se tolera que sus actores siembren durante años, en las mentes de generaciones enteras, sus mentiras; sus versiones bastardas del discurrir histórico van envolviendo a los menos dotados, que son los más, y sembrando la cizaña de la diferencia en los que viven en el eco, que son casi todos los que quedan. No debiera haberse permitido que experimentaran con champagne y llevan decenios haciéndolo. Bueno está que los vampiros habiten en las tinieblas, pero hay que evitar que el hedor de sus habitáculos contamine y desplace la atmósfera de la convivencia.

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