Existe una finca en la provincia de Ciudad Real dedicada a la caza de perdices en la modalidad de ojeo. Quienes acuden a ellas (en su mayoría extranjeros) pagan unos 9.000 euros por un fin de semana en el que se alojan en un confortable hotel, disfrutan del buen tiempo y son agasajados con las exquisitas viandas y caldos de la zona. En cuanto a la cacería propiamente dicha, los participantes suelen emplear dos escopetas, siendo atendidos en todo momento por varias personas: cargador, secretario, recogedor y perrero. Las perdices son criadas ex profeso para tal fin requiriendo de la colocación y mantenimiento de 4.600 comederos y bebederos para conseguir que las aves alcancen el tamaño adecuado para desempeñarse con dignidad en el lance cinegético. El resultado de tan laborioso quehacer es que todas las poblaciones de alrededor viven de esta suerte de deporte que remeda al tiro al plato, pero con animales vivos. Todo esto lo explica en un documental televisivo un peculiar naturalista que responde al nombre de Frank de la Jungla, contraponiendo los indudables beneficios económicos y puestos de trabajo que genera la caza en un entorno rural carente de recursos con el evidente quebranto que supone para las perdices el que los guiris les agujereen sus pechugas con perdigones. Esta oposición artificiosa entre el bienestar animal y el provecho que la especie humana ha obtenido ancestralmente de ellos tiene mucho que ver con la progresiva infantilización de la sociedad occidental y con la responsabilidad que en tal hecho tuvo la factoría Disney. Hace ya muchos años, y de manera un tanto vitriólica, Rafael Sánchez Ferlosio calificó a Walt Disney como "ese gran corruptor de menores nunca bastante execrado, el mayor cáncer cerebral del siglo XX". No se puede negar que el tiempo ha ratificado con creces lo que en principio las mentes políticamente correctas calificaron como "el exabrupto de un viejo chocho". Desde que el famoso dibujante creara un ratón bípedo que además utilizaba pantalones para cubrir sus vergüenzas (transfiriendo a los animales una condición tan genuinamente humana como es el pudor), ha dotado a todos sus personajes irracionales de las virtudes y vicios característicos de los humanos, consiguiendo que, con independencia de la edad, los espectadores de sus películas queden hechizados por las representaciones antropomórficas de toda suerte de bichos. Y si bien es cierto que Esopo o Samaniego ya habían utilizado el mismo artefacto literario en sus fábulas, también lo es que 'la liebre y la tortuga' del griego o 'la cigarra y la hormiga' del alavés solo eran símbolos al servicio de una moraleja. Hoy se piden derechos humanos (¿?) para los monos, los perros pasean con gabardinas Burberry y la gente se vuelve vegana para no traumatizar a los pollos. Tanta ha sido la huella de Disney que si ahora se estrenase Bambi la calificarían ¡3R para mayores con reparos!

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