La educación del fracaso

La mejora de la educación requiere de una visión de conjunto que vaya más allá del desfasado igualitarismo

Los acrónimos imposibles (la última, la Lomloe) se suceden en paralelo a su parca aportación en la materia. Mucho nos tememos que la más conocida como ley Celaá tampoco contribuirá a la solución de los problemas de la Educación en España. Una ley ideologizada y oportunista, aprobada a toda prisa sin lugar alguna para la reflexión, atenazada por las injerencias en formas de prebendas que nada tienen que ver con ella. Una ley, como todas, también criticada, aunque los dardos lanzados desde las otras trincheras no apunten precisamente a la diana.

Dejando aparte la indigna manera de dar por perdida la batalla del español en Cataluña, en la que me remitiré a lo mejor expresado aquí mismo por el profesor González Troyano el lunes, dos son las principales cuestiones de la ley ampliamente rechazadas: el supuesto ataque a la educación concertada y la desmantelación de la educación especial. Sin embargo, de una lectura desapasionada de la ley, no parece que vaya a producirse una desaparición de los conciertos ni tampoco de los centros públicos de educación especial. La norma, es cierto, aparenta vocación de refuerzo de la educación pública que de alguna manera parece supeditar la concertada a aquella, pero de ahí a ver una merma de derecho fundamental en la supresión de la expresión "demanda social" introducida en su día por la ley Wert (con nulo consenso, por cierto) parece excesivo.

Lo rechazable de esta nueva versión de la visión educadora de nuestra izquierda es su insistencia casi enfermiza en apostar por un sistema de promoción del alumnado sin tener en cuenta la actitud y el esfuerzo, y su obsesión por dividir a los estudiantes entre ricos y pobres, como si en los centros privados y concertados solo estudiaran hijos de potentados insolidarios con el resto de la sociedad. La mejora de la educación en España requiere sobre todo de esfuerzo e inversión, y de una visión de conjunto que vaya más allá del desfasado igualitarismo por abajo que pregonan algunos o de esa concepción extensiva del manido artículo 27 que defienden otros. Y que los muchos buenos alumnos que se aferran a los estudios como la mejor opción de progresar en un mundo cada vez más competitivo cuenten con el ambiente propicio para ello, sin tener que soportar a quienes, sin culpa, el Estado los mantiene en la clase convertidos en simples números de un modelo fracasado.

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