El pasado 18 de mayo, el Tribunal Supremo confirmaba la sentencia emitida por la Audiencia Nacional en octubre de 2017, que consideraba que la Confederación Hidrográfica del Ebro no evaluó debidamente las consecuencias ecológicas de construir un embalse sobre el ecosistema del río Gállego (afluente del Ebro).

Esta sentencia evidencia un punto de inflexión en la política de aguas española porque exige de forma clara un plus para que se puedan construir embalses que deterioran los ecosistemas acuáticos. Es más, señala que no se puede "invocar en abstracto el interés público superior", sino que es necesario "un análisis científico detallado y especifico del proyecto" para concluir que es posible ejecutar una obra.

Sólo hemos necesitado 30 años para entender que salvaguardar nuestros ecosistemas es más importante que ese supuesto "interés general" que llena nuestra geografía de estas infraestructuras. Nuestro modelo de desarrollo debe estar basado en el uso sostenible de recursos y valores naturales.

En este punto de inflexión lo lógico es apostar por la Economía verde, aquella que mejora el bienestar humano y la equidad social, reduce los riesgos ambientales y la presión sobre los sistemas naturales, y armoniza el desarrollo económico y el consumo eficiente de los recursos.

Sin embargo, y pese a ser una energía limpia, se acaba de iniciar una carrera por la energía fotovoltaica con una avalancha de proyectos que pueden estar incubando una burbuja especulativa y que transformarán el paisaje en el territorio andaluz. Innegable es la contribución de la energía solar fotovoltaica a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y a la consolidación de un tejido productivo descarbonizado. Pero no puede ser ignorada la repercusión de las plantas fotovoltaicas en un desarrollo sostenible.

La Unión Española Fotovoltaica defiende que "la expansión de la energía fotovoltaica en los próximos años, tanto a nivel nacional como internacional, ofrece una oportunidad para la reindustrialización de Europa y de España. Pero, es imprescindible que la transición energética vaya acompañada de un desarrollo industrial planificado y realizado de manera ordenada que permita alcanzar un crecimiento continuo y estable".

Una pérdida de diversidad en los usos del suelo y una disminución de la calidad paisajística pueden ser los efectos colaterales de una inadecuada o inexistente planificación. Necesitamos ya una ordenación que evite tentaciones especulativas y proteja el suelo y el paisaje.

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