Si me hubiese acercado antes a su música que al libro, estoy segura de que no hubiese apreciado la esencia de sus composiciones. Aun considerándome mujer que no pierde la fe, amante de los pájaros, con sentido del ritmo y con cierta capacidad para los colores, podría perfectamente pertenecer a ese numeroso grupo al que este místico musical se refería y por el que se sentía en muchas ocasiones incomprendido: "Hablo de la fe a gentes que no la tienen, de pájaros a gente que no los aman, de ritmos a gentes que no los comprenden y de colores sonoros a gentes que no ven nada".

Será su fe la que le permita transitar por el lado oscuro de la Historia cuando en 1940 es apresado ("el enemigo la patria de Beethoven y Bach, de Brahms y Wagner. Pero ¿cómo? ¿Está en guerra la música?"), y será, junto a la fe, la música la que también lo ampare. Es, en esa situación extrema, capaz de componer una de sus más conocidas obras: Cuarteto para el fin del tiempo, como apocalipsis, cuya primera representación fue ante "cuerpos arremolinados de una audiencia selecta de prisioneros franceses, belgas, polacos, algunos envueltos con mantas hasta la cabeza (…) Hombres de toda condición y oficio homologados por los parásitos y los cráneos afeitados a trasquilones".

Fue escuchando una tarde un programa cultural que se cruzó en mi camino Mario Cuenca Sandoval que iba a hablar de su reciente libro, para mí su primero y sé que no el último. Este autor, que con su obra lo que pretendía era generar algo luminoso, a mí me ha conseguido transmitir una luz nueva. El don de la fiebre es una biografía libre con un imperativo de fidelidad a los hechos históricos que nos acerca a la vida de este san Francisco de Asís de la música contemporánea llamado Olivier Messiaen. Biografía novelada en la que su música se afianza en tres sólidos pilares: la fe católica "un virtuoso de la religión", el amor a los seres humanos "destaca su bondad y su condición de excelente pedagogo" y la admiración por los pájaros "que consideraba sus grandes maestros".

"Messiaen no fue un músico del sufrimiento sino un músico de la luz, no estaba hecho para contar el dolor sino la alegría incorpórea de los cielos, la serenidad de las cumbres y los lagos, el misterio de las cosas perpetuas".

Son sus palabras las que me han ayudado a descifrar nuevos sonidos.

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