Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De facilidades
Se nos van distendiendo los músculos de la cara y, poco a poco, dejamos de parecernos a Mr. Handsome, que tiene mandíbula de titán y bruxismo de categoría. Faltan muy pocos días, y nos barruntamos ya con la silla de la playa a cuestas, la neverita cargada entre dos con cinco bocatas de El Desavío y cuarenta botellines de cerveza, discutiendo con el amigo. Que no estás haciendo fuerza. Que sí, cojones. Que la nevera va doblá, carajo. Que no. Oye, que la cojan el Moro y el Manué, que nunca llevan ná. Que yo paso. Que yo también. Po aquí se queda la nevera, va a beber cerveza tu puta madre.
Claro que el verano llegó hace un mes, pero a la vez no. Verano es coger el coche e irme pa mi Cadi, no tatuar mi culo en las sábanas en las tórridas noches de Madrid. Eso es sufrir y maldecir el centralismo. Pero, ay, qué poquito queda para chuparnos el hombro salado; y para la siesta en la toalla a las siete de la tarde, cuando pega menos; y para la ducha con botellas de dos litros de Lanjarón, que hay sequía y el Ayuntamiento ha cortado el grifo, antes de irte a El Refugio a comerte un atún que es mejor que hacer el amor.
Pasa tanto en verano: uno está más guapote, deja de poner el despertador, vuelve a la playa de su vida, se acuerda de los escarceos del mundo de antes o de cuando al Aitor le sacaron una pistola de balines y le apuntaron en plan Tupac. Diría que en verano uno está relajado y aprovecha, qué se yo, para disfrutar de más tiempo con la esposa. Pero resulta que el tiempo quema y que muchos prefieren esos días oscuros de febrero en los que el trabajo se complica y llegan muy tarde a casa. Olimpia me da la noticia: en septiembre se disparan un 45% los divorcios. Se ve que el español aguanta un año de mierda y le da por la recriminación definitiva en el chiringuito, a la Golden Hour, con un gin tonic en la mano y los pibes mazaos haciéndose fotos de fondo. Se ve que el nacional apoquina 1.000 euros por un apartamento en Zahara y va allí a divorciarse. Se ve, al fin y al cabo, que este país gana el campeonato de las contradicciones y que en marzo sabes muy bien con quién estás, pero en agosto, ay, no te conocía tanto.
Estoy dejando de fumar. Quince años me ha llevado aceptar que me estoy matando. Se lo he prometido a mi mujer, que desde que empecé con la desintoxicación me mira con una cara como diciendo: “Confío en ti, pero recuerda que es verano e iremos a Zahara”. Creo que me ha quedado claro. Ni un cigarro más.
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