El Chano estaba hecho de la piel de Barrabás. Era el líder indiscutible en el patio de recreo del Instituto de Secundaria Mar Océano. Había consolidado su liderazgo, cosa nada fácil en un centro al que apodaban Siberia, gracias a que al haber repetido varios años, poseía una edad superior a sus compañeros y a que la madre naturaleza le había dotado de unas habilidades innatas para el trapicheo mercantil. En vez de la típica carpeta con los apuntes, la del Chano era todo un muestrario de CD´s piratas de raperos, videojuegos o películas de actualidad. Se le daba también bien la circulación de la hierba buena y sobre todo el negocio principal. Su padre poseía un taller clandestino de reparación y venta de motillos y Chano, su hijo bien amado, le suministraba las piezas de recambio para sus montajes, sin echarle mucha cuenta a la procedencia de las mismas.

La profesora de Lengua había tenido que soportar que al pasar a su lado el Chano le dijera bajito que había que ver la injusticia de los Premios Nobel que no se lo daban al que lo merecía: el inventor de los leggins. A la joven profesora de Historia le emitía un inquietante sonido sorbedor cuando pasaba a su lado y había chuleado al de Educación Física diciéndole en público que él ganaba su sueldo en un par de semanas. Había sido expulsado temporalmente varias veces pero gracias a un cándido inspector de enseñanza que había quedado anclado en las enseñanzas de María Montessori, siempre volvía al instituto, triunfante como MacArthur en las Filipinas.

Al final del curso, se reunió el claustro de evaluación y lo mismo que el tema de Gibraltar sale siempre en el Ministerio de Asuntos Exteriores, salió en la reunión el tema del Chano. El año había sido de apoteosis y el elemento cateaba hasta el recreo. Del fondo de la sala, salió la voz tímida del profesor de Matemáticas: "¿Y si lo aprobamos y nos lo quitamos del medio, de una vez?". Al día siguiente de salir las notas se presentó el padre de el Chano, furibundo porque se le arruinaba el negocio. "¿Cómo habéis aprobado a mi niño, si no sabe hacer la o con un canuto?". El director tuvo su momento de gloria, espetándole: "Debería usted felicitar a su hijo por el esfuerzo que ha realizado. Yo de usted, en recompensa, le compraría una moto". Y así fue que el Chano, como el Cid, pasó de la historia a la leyenda, en el Mar Océano. Lo que aquí les cuento, evidentemente, no puede pasar en Andalucía. O ¿Sí?

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