Es lo que tienen las dictaduras: vulneran las libertades personales, se pasan por el arco del triunfo el respeto a los derechos humanos y controlan interna y externamente la información sobre sí mismas. Ocurre así sean de izquierdas o de derechas, porque no dejan espacio para el pluralismo y la tolerancia.

Es lo que tienen las dictaduras, que construyen sistemas opacos basados en la apropiación y gestión de los recursos por parte de unos pocos y que, en el mejor de los casos, se limitan a simular escenarios de riqueza compartida o de una pretendida búsqueda de la igualdad y la justicia social.

Es lo que tienen las dictaduras, que, en cuanto pueden, ponen sobre la mesa sus fajos de billetes almidonados para conseguir lo que quieren: lavar su imagen e imponer su criterio… Y, por lo normal, lo consiguen. Parece que en el imaginario público las dictaduras son menos dictaduras cuando tienen un fuerte poder económico o cuando nosotros mismos podemos beneficiarnos de ellas con contratos millonarios y oportunidades de negocio.

Por eso, para mucha gente, después de la primera fase, que consiste básicamente en darse sonoros golpes de pecho democráticos, viene otra fase en la que cada dictadura es valorada de una forma diferente, dependiendo de si en algo les beneficia o no e, igualmente, de si pueden entrever en ella alguna afinidad ideológica con su propio pensamiento. Eso explica, burdamente, que para alguna gente Corea del Norte no tenga perdón, pero sí Arabia Saudí; o, al contrario, que Irán tenga sus disculpas, pero no Qatar. Se necesita poco raciocinio para realizar estas distinciones y casi todo queda en el terreno de la emoción o el interés y siempre a un lado u otro de la inexpugnable atalaya de la propiedad privada. Por ejemplo, a algunas personas, las dictaduras con un rey o un jeque al frente les parecen menos dictatoriales, como que más normales e incluso más "estéticas"; a otras personas, en cambio, las dictaduras les parecen menos recias cuando tienen en su raíz un pasado revolucionario o de rebelión contra la injusticia, aunque se remonte ya a casi un siglo. En ambos casos, media una especie de nostalgia trasnochada que atiende más a los sentimientos que a la realidad del presente y que no ceja en rescatar antiguas, muy antiguas glorias. Está claro: si, además de las afinidades, hay dinero de por medio o poderío militar o conveniencias geopolíticas, todo se ve de otra manera y hasta se ha acuñado para algunos casos el bonito eufemismo de "democracias autoritarias" para así poder quedarse en mixto de jilguero y no tener que llamar a las cosas por su nombre.

Lo que sí tienen de bueno, desde luego, todas las dictaduras es que nos ayudan a poner en evidencia la doble moral de nuestro tiempo. Ese es el verdadero partido que se debería haber jugado en Qatar: decidir si estamos a favor o en contra de las dictaduras. Es decir, demostrar que, tras pasar por la casa de apuestas, nuestro boleto seguía poniendo "democracia".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios