Sabemos bien todas las personas que nos dedicamos a la Historia que, siendo decisivos y difíciles de alcanzar, los cambios normativos no son suficientes para cambiar la realidad. Especialmente cuando hablamos de intangibles como la igualdad, la inclusión o la justicia social, la verdadera transformación -esa que permea e impregna- no se produce hasta que se cambian las cabezas. No hay nada más resistente que las mentalidades y la cultura. Lo demuestran también otras causas históricas: el abolicionismo legal de la esclavitud y el principio constitucional de la igualdad no han erradicado el racismo; la regulación de las condiciones laborales no impide la explotación de los trabajadores en muchos ámbitos; la igualdad legal de oportunidades no se traduce normalmente en una verdadera inclusión de las personas con diversidad funcional.

Seis días después del 8M, el feminismo sigue teniendo ante sí la inmensa tarea de cambiar la norma, pero, sobre todo, tiene el reto descomunal de revolucionar las conciencias. Gesto a gesto, paso a paso, el único objetivo del feminismo es, por mucho que muchos no lo crean, hacerse a sí mismo innecesario: ser capaz de construir un mundo en el que la igualdad real de hombres y mujeres sea algo tan natural y contrastado que no requiera ni la más mínima defensa, ni la más insignificante reivindicación.

No se rompan la sesera, apártense de la enfangada melé política en la que vivimos, váyanse al lustroso diccionario de nuestra RAE y lean: feminismo es el movimiento que defiende el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Luego, piensen si se apuntan.

Los frentes son muchos y ninguno puede ser descuidado, pero tengo para mí que nada positivo podrá alcanzarse si el feminismo no entra, como una oleada invasiva de aire fresco, en el espacio de lo doméstico. En la casa, donde el individuo principalmente se socializa, donde se encarna la educación más efectiva -la del ejemplo-, donde las relaciones entre hombres y mujeres lidian su tensión diaria, germinan muchos de los males que luego, al abrir la puerta, se expanden en la esfera pública. Detrás de muchas brechas de género (salariales, de liderazgo, de promoción profesional…) no solo se encuentra un marco legal deficiente, sino la sobrecarga de trabajo que muchísimas mujeres soportan al asumir al mismo tiempo sus propias tareas profesionales y aquellas domésticas que una mentalidad reaccionaria les sigue atribuyendo. Como tantas otras lacras de nuestra sociedad, la violencia contra las mujeres, su apartamiento del liderazgo, las atribuciones desiguales de roles, la falta de corresponsabilidad en las tareas del hogar y los cuidados… siembran su semilla en el día a día perpetuando, una generación tras otra, la desigualdad.

Sin romper entre todos y todas ese bucle perverso, poco podrá alcanzarse.

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