Ala hora de escribir esta columna, todavía no hay un recuento oficial terminado que determine el vencedor en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Por supuesto, el resultado trasciende la política interna americana y tiene una enorme repercusión global. En consecuencia, todos los rincones del planeta se verán en mayor o menor medida afectados por el resultado electoral.

No obstante las incertidumbres sobre el candidato ganador de las elecciones, y, en consecuencia, del futuro de los Estados Unidos, la situación actual permite deducir un número determinado de certezas. La primera, que los Estados Unidos, después de cuatro años de mandato de Trump, es un país con una sociedad altamente polarizada, con estructuras democráticas cada vez más frágiles y con un proceso de desmontaje de un mínimo estado de bienestar que consolidó el presidente Obama, incrementando las desigualdades y los sufrimientos de los sectores sociales y raciales más desfavorecidos.

En segundo lugar, que la estructura de gobernanza mundial se ha debilitado profundamente una vez que Estados Unidos ha renunciado a su papel de potencia hegemónica y se ha convertido en un aliado inestable y poco fiable del bloque occidental. Trump no solo ha debilitado los marcos multilaterales para hacer frente a los problemas globales, sino que refuerza las tendencias autoritarias de otros países, como Rusia o Turquía.

En tercer lugar, el populismo autoritario y demagógico que rehúye de la ciencia y se alimenta de las posibilidades de tergiversar la realidad a través de las redes sociales y la difusión de noticias falsas se desarrolla como modelo de éxito incluso en el seno de países que fueron hasta hace muy poco democracias estables y sólidas en el marco de la Unión Europea (Polonia o Hungría).

Es de prever que todo el proceso electoral dependa finalmente de las decisiones judiciales, como en su día Bush hijo alcanzó la presidencia frente al candidato demócrata Gore, en lo que fue considerado por algunos críticos con el sistema, como un apaño fraudulento de las fuerzas conservadoras. Anticipándose a ello, el narcisista y demagogo presidente Trump aceleró el relevo de la fallecida juez progresista Ruth Bader consolidando el control conservador del Tribunal Supremo americano.

En un tiempo de incertidumbres hay que confiar en la fortaleza del sistema constitucional americano dotado de herramientas de check and balances para evitar la deriva peligrosamente incendiaria y profundamente autoritaria del presidente anaranjado que amenaza a su propio país y al resto del planeta.

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