Dicen los expertos que la campaña electoral que nos aguarda -el 28 de abril y el 26 de mayo están ahí- será la más sucia de la historia de la democracia en España. El pronóstico, en apariencia alarmista, comienza sin embargo a materializarse: si está usted en Facebook o mantiene algún grupo de Whatsapp habrá observado que, en estos últimos días, empiezan a multiplicarse las noticias estrambóticas, los vídeos indignantes y las informaciones tendenciosas. La máquina se ha puesto en marcha y el bombardeo irá en aumento con el decidido objetivo de movilizar electores y de modificar el sentido de millones de votos. No es, por otra parte, algo novedoso ni sólo nuestro: la victoria de Trump o el laberinto del Brexit son ejemplos de la eficacia de esta tecnificada forma de hacer política.

Y es que las redes sociales, tenidas como un logro de la intercomunicación y como un indomable oasis, constituyen, al tiempo, un peligrosísimo instrumento de manipulación, un gigantesco altavoz que, en las peores manos, acaso nos conduzca a encrucijadas fatídicas. Si en un país de por sí cainita y frentista se consiguen viralizar mensajes de división y de odio, el resultado, imagínenlo, será desastroso.

Hallazgos como las cuentas automáticas -las llamadas bots- o el más sutil de las "granjas de troles", gestionadas por seres humanos que controlan decenas o cientos de cuentas, facilitan el poder de difundir los relatos que convengan, de reinventar la realidad al servicio de una causa y hasta de convertir al destinatario en cómplice y apóstol del engaño. Son métodos, además, que están fundamentalmente diseñados para embaucar a los más jóvenes y a los más mayores, inexpertos, por los años que aún faltan o que ya sobran, en el arte de identificar la mercancía averiada que les venden. No es en absoluto casual que Podemos y Vox sean los reyes del mambo en este universo de filtros que excitan instintos primarios.

Desde aquí les propongo un antídoto. Instauren, como yo, una sanísima presunción de falsedad: en los próximos meses, no se crean nada de lo que reciban por internet sin antes verificar que se ajusta a la verdad. Practiquen la alta costura a la hora de hilvanar sus ideas. Frente al ponzoñoso prêt-à-porter que les ofertan, busquen, indaguen, piensen. No cedan su libertad a la legión de filibusteros que, sin escrúpulos ni vergüenza, para su mal y no para su bien, se emboscan en las incontables esquinas de la red.

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