La reunión del Claustro de Profesores del Instituto, proseguía entre el calor y el cansancio de sus componentes, adjudicando las notas finales de los alumnos del centro. Como en años anteriores, habían dejado para el final, al chico más conflictivo. Lo mismo que en los cincuenta, al ministerio de Asuntos Exteriores, le llamaban jocosamente el del Asunto Exterior, por Gibraltar, el único asunto sangrante del Claustro, era el Dieguito. El mozalbete, tenía una edad superior a la media de sus compañeros, merced a las repeticiones de curso que su paupérrimo rendimiento académico, le deparaba cada año. No obstante, el Dieguito tenía otras habilidades, aparte de ser irrespetuoso, camorrista y chulo escolar. Se dedicaba, a robar piezas de motos en el aparcamiento que suministraba a su padre que llevaba un negocio clandestino de reconstrucción de motos robadas, a lo que llamaba el muy cabrito, customización. Tampoco se le daba mal, el menudeo de drogas en el patio de recreo. La dirección lo había intentado expulsar en varias ocasiones, pero los inspectores de educación,atiborrados quizás de las teorías pedagógicas de Dewey y María Montessori, aplicaban torpemente, el Señor los perdone, aquello de la libertad del joven para aprender y el resultado era la pronta vuelta del tunante, al tajo.

Cuando sonaron una vez más el nombre y los apellidos malditos en el salón, los profesores se miraron unos a otros con desolación. Entonces, surgió la chispa. La profesora de Inglés, madurita de buen ver que soportaba a diario, los silbidos del Dieguito y entraba en el aula contemplando un enorme falo, pintado en la pizarra por el artista, hizo la pregunta del millón: ¿Y si lo aprobamos y nos lo quitamos de encima, de una puñetera vez?. Al fondo de la mesa, sonó la vocecita de otra víctima, la profesora de Dibujo que musitó humildemente: Yo le pongo un 6. El milagro se hizo patente en las notas del resto de profesores y así el Dieguito, por primera y última vez en su vida, aprobó el curso completo, hasta con un notable que le otorgó el cínico profesor de Educación Física. El Dieguito ya era historia y el director, invitó a una copa en el bar de la esquina. Pero, ¡Ay!, la carta tenía postdata. A los pocos días, solicitó una entrevista al director, el padre del Dieguito : ¡Cómo han sido capaces de aprobar a mi hijo que no sabe hacer, ni la o con un canuto!. ¡Es una irresponsabilidad!. El Director con dos décadas de cursos encima, le respondió: Es que ha hecho muy bien los exámenes finales. Y ahí se acabó el tema. Al padre del Dieguito, lo escucharon diciendo por lo bajini: ¡Me ha buscado la ruina, cuando llegue a casa, lo mato!.

P.S. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

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