En tránsito
Eduardo Jordá
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No se lo van a creer sus seguidores más devotos e incondicionales, pero Pedro Sánchez tiene un fallo grave en su estrategia de supervivencia: piensa que su sola voluntad es suficiente para pasar página, dictar el contenido del debate político en cada momento, decidir lo que toca y lo que no toca y establecer qué problemas deben inquietar más a los ciudadanos.
A eso llegan su jactancia y su pretenciosidad. Se ha habituado tanto a un ejercicio sistemático de olvido y desmemoria que pretende que la gente corriente también lo asuma y lo interiorice como propio. Si él ya no se acuerda –por pura conveniencia personal–. de que rechazó rotundamente la amnistía por inconstitucional y se comprometió a detener y juzgar a Carles Puigdemont, nadie debe acordarse.
Ahora lo decretado como urgentemente olvidable por los ciudadanos es el pacto entre PSOE y ERC que concede a Cataluña una financiación singular, diferenciada del resto de las comunidades autónoma y pactada bilateralmente. ¿Cómo lograrlo? Pues callando durante un mes sobre lo pactado y, cuando no hay más remedio que hablar de ello por citación del Senado, encadenar unas cuantas tautologías y enredar con una apelación a la solidaridad inconcreta y al federalismo imposible. Es lo que hizo María Jesús Montero (además de el ridículo).
La estrategia no funcionó con la amnistía y no funcionará con el pacto catalán. Por más que su soberbia olímpica le impida reconocerlo, Sánchez sabe que los indultos, la eliminación de la sedición y la amnistía han sido factores decisivos en su desgaste: ha perdido prácticamente todas las elecciones parciales y las generales de 2023 pese a una economía boyante y a avances sociales reales, aunque insuficientes. Sabe que el reciente pacto fiscal para Cataluña no se hace para construir un sistema de financiación autonómico más justo y eficiente, sino porque él necesita una docena de votos de ERC y Junts para permanecer en La Moncloa, aunque sea en precario, y sabe que está en manos de algunos de los personajes más detestados por los ciudadanos españoles (Junqueras, Puigdemont, Nogueras, Rufián) y más orgullosos de la idea peregrina de que lo que es malo para España es bueno para Cataluña, y no lo ocultan.
Esos ciudadanos, cuando tengan que votar otra vez, no van a olvidar fácilmente, por mucho que el poder les incite a ello. Nadie decide por sí mismo cuándo se pasa página, toca o no toca y se habla o se calla.
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