Y dale con el centro

El centro es un punto y tiene dimensión cero; ahí no hay sitio para nadie

Ya me he referido a ello en alguna ocasión, pero la actualidad vuelve a repetir el escenario de un partido político, Ciudadanos (CS), que después de haber hecho lo posible por desaparecer, insiste en ser de centro. En el centro se situó la Unión de Centro Democrático (UCD) y su residuo, el Centro Democrático y Social (CDS), de Adolfo Suárez González, el presidente del cambio. Todo ese magma autodenominado centrista, que condujo el engranaje del complejo período de la Transición, se diluyó en un periquete y su remedo, el CDS, resueltamente bien dispuesto a sustentarse sobre el liberalismo, también. En esos primeros tiempos de la naciente democracia, hubo numerosas formaciones políticas, autodefinidas como de centro, que se quedaron en buenos propósitos sin llegar a trascender; apenas si afloraron sus nombres aun estando tras ellas relevantes figuras de la política nacional. Todas esas formaciones cuasi nonatas, acabaron volcando sus caudales ideológicos en el Partido Popular. Resurgió entonces la vieja canción del dúo liberal conservador que tanto juego dio en el último tercio del siglo XIX.

En aquellas tres décadas mal contadas del siglo XIX, hubo de todo, hasta una (primera) república, que gracias a la Providencia no duró mucho. La política se animó con la rivalidad de dos de los más grandes políticos que ha tenido España, el malagueño Antonio Cánovas del Castillo y el riojano Práxedes Mateo Sagasta. El primero fundó el Partido Liberal Conservador y el segundo el Partido Liberal Fusionista. El primero presidió el Consejo de Ministros en seis ocasiones y el segundo en siete. Como no puede haber más que un centro y había dos, fueron unos años terribles. España dejó de ser una potencia colonial y la sociedad española se sumió en la depresión mientras cuajaba sobre ella la generación literaria que alumbró la modernidad, la generación del 98.

Para pertrechar dos centros hace falta una imaginación desbordada. Por demás, el centro es un punto y tiene, por lo tanto, dimensión cero; ahí no hay sitio para nadie, es una especie de agujero negro por el que desaparecen todos los que se le acercan demasiado. Tal fue con la Unión, Progreso y Democracia (UPyD), de la curtida militante del PSOE, Rosa Díez González, y así ha sido con CS que, empeñado en desintegrarse del todo, vuelve a definirse de centro. Y por si fuera poco y para complicarlo todo, ahora con un secretario general y dos portavoces.

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