La cultura que viene

La cultura del ocio, mejor dicho del negocio, se impone en una sociedad dominada por el mercantilismo y el consumo

No tengo clara la idea de lo que es la cultura, ni creo que nadie la tenga. Tal vez sea aquello que nos aburre y que no sirve para nada. Es evidente que no es un mecanismo en sí mismo capaz de mejorarnos como personas y hacernos más humanos. No es una pócima capaz de conseguir por sí sola un nuevo hombre que sea mejor que el animal diseñado por la naturaleza. Un homínido sin limar, embrutecido si se quiere, y poseedor de tantas aristas mentales, que no siempre es despreciable frente a ese ser pedante e insoportable pulido por lecturas y artes plásticas que, en más de una ocasión, desconoce lo más elemental de la naturaleza humana: la conciencia y la compasión.

Lo que sí es evidente es que el concepto actual de cultura no es lo que hasta aquí hemos entendido por ella. La cultura del ocio, mejor dicho del negocio, se impone en una sociedad dominada por el mercantilismo y el consumo. La política de exposiciones conmemorativas, aniversarios y efemérides varias, satura la escena. Parece que nada existe hasta que no llega su centenario. Cuando pase el año Murillo, por poner un ejemplo, las obras de este autor volverán a la soledad de las salas del museo de la misma forma que ahora reposan los óleos de Zurbarán o el San Jerónimo de Torrigiano.

La mayoría de los jóvenes, tras años de escolarización obligatoria, sale con un título en la mano sin saber quiénes eran Virgilio o Juan Ramón, Caravaggio o Zurbarán, sin distinguir una lira de un soneto. La falta de comprensión lectora pone las bases para una gran laguna en su capacidad de expresión. El lenguaje es banal, cuando no soez, y la comunicación escasa. No se les enseña a ser personas, a tener un criterio propio, a observar y ser críticos constructivos. Solo se les proporcionan datos sueltos y se les faculta legalmente para estudios posteriores, dilatando el descalabro. La televisión, el gran gurú de nuestro tiempo, se encarga de hacer el resto. Diversión permanente, envilecimiento, chabacanería, manipulación, control de pensamiento y tantos otros despropósitos que duelen más cuando parten de medios públicos pagados con el dinero de todos. Emulando a Vargas Losa y Muñoz Molina, en esta civilización del espectáculo en la que ha caído todo lo que creíamos sólido, no tiene cabida la cultura. Al menos como nos la enseñaron y la hemos creído. Son nuevas formas que a más de uno nos cogen ya algo mayores.

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