hoja de ruta

Ignacio Martínez

La cruz griega

COMO esto siga así, Grecia se sumará al trío de preocupaciones de los españoles, que se repite desde hace años en las encuestas: paro, situación económica y políticos. De hecho, la palabra griego tiene un amplio espacio en el diccionario de la Real Academia. Puede pensarse que una lengua antigua está llena de prejuicios. Pero cabe también la conclusión contraria: que el idioma sea la sabia conclusión de experiencias de siglos. En todo caso, un modo coloquial poco utilizado es griego como sinónimo de tahúr o fullero. Justo lo que era el anterior primer ministro, Kostas Karamanlis, que abandonó el poder diciendo que dejaba un déficit del 6% en las cuentas públicas, cuando en realidad era de tres veces mayor.

Lenguaje ininteligible, incomprensible, es otro significado coloquial de griego. Quizá es el utilizado por el actual primer ministro Papandreu cuando ha pasado, por segunda vez en dos años, el platillo para pedir otros 110.000 millones de euros a sus socios comunitarios y al Fondo Monetario Internacional. Y cuando los ha conseguido, en condiciones muy duras, sin previo aviso se descuelga con una moción de confianza para hoy y un referéndum para ratificar el acuerdo.

Suicidio a la griega no es un término registrado. Pero hay otros, todos ellos sugerentes. Como las calendas grecas, esas que no llegarán nunca; el telón griego, que tiene doble cortina y se abre lateralmente; la pez griega, que es un destilado de la trementina y se usa en farmacia; o el fuego griego, que es un mixto incendiario que se inventó para abrasar las naves.

De momento, el anuncio de Papandreu ha hundido ayer todas las bolsas europeas, entre declaraciones de sorpresa, irritación e indignación por norte, sur, este y oeste. Hace pocos días Sarkozy afirmó que quizá fue un error la entrada de Grecia en el euro. Un error, no. Fue una fullería, porque el Gobierno heleno falseó los datos. El prestigio de Grecia está por los suelos. Es incapaz de hacer frente a sus compromisos y tiene una clara incapacidad para salir de su suspensión de pagos; no produce nada competitivo en los mercados internacionales, que le permita crecer. No es nuevo. Cuando Grecia entró en la Comunidad Europea en 1981 envió a Bruselas un grupo de funcionarios muy deficiente. Cinco años después, en el momento en que españoles y portugueses se sumaron al club europeo había el temor en la capital belga de que los funcionarios ibéricos fuesen del nivel de los griegos. No fue así. Ahora, España y Portugal, entre otros, siguen pagando los platos rotos por los griegos, además de las culpas propias.

Seguro que encuentran un sustantivo al que poner detrás el adjetivo griego. Para penar, propongo la cruz griega. Esa que no tiene lado corto. O lo que es lo mismo: la solución a este embrollo llegará a calendas griegas. Nunca, porque los griegos no tenían calendas. Ni formalidad.

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