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josé aguilar Ignacio Martínez

Sí, todos hasta la coronillaBatet no sabe

Tiene razón Sánchez en que los españoles están hartos de la bronca permanente: ya es un disco rayado, aburrido y molestoEl control al Gobierno es una burla, pero el Congreso flojea no sólo por la bronca. Habría que reformar su Reglamento

No ve que los españoles están hasta la coronilla de la bronca?, preguntó retóricamente Pedro Sánchez a Pablo Casado en la sesión parlamentaria del miércoles. ¡Claro que sí! Tan hartos que la bronca de cada miércoles en el Congreso ha dejado de ser noticia, aunque las radios la emitan en directo, y ha dejado de interesar a nadie, como un disco rayado: malsonante, aburrido y molesto.

Casado no pregunta al presidente del Gobierno. Lo descalifica con insultos de brocha gorda y lo deslegitima como si fuera un okupa vendepatrias que llegó a la Moncloa por medio de fraudes y engaños. Del nivel intelectual de su discurso da buena cuenta la "ingeniosa" homonimia que forzó entre la X del grupo terrorista GAL y la X del caso Gali (líder polisario enfermo acogido por España, con represalia de Marruecos), secundada por otra del diputado popular Garcés acusando al Gobierno de preferir a un Aragonès -Pere- desleal que a un aragonés leal como él. Son cosas que obligan a preguntar si hay vida inteligente en Génova, en la sede central del PP, donde también algún genio juntó a Casado con el ex presidente Sarkozy para que el primero pusiera al segundo como ejemplo un día antes de que lo condenaran por corrupción. Por segunda vez y por financiación ilegal de su campaña electoral (la bicha que persigue al Partido Popular).

Las réplicas de Pedro Sánchez a las preguntas de cada miércoles del jefe de la oposición están a su altura. Insultantes, crispadas y faltonas. También deslegitimadoras, porque acusa sistemáticamente a Casado de no arrimar el hombro frente a las crisis que sufre España, de ser antipatriota y vulnerar la Constitución que tanto manosea por su bloqueo a la renovación del Poder Judicial. El día 29 se saltó las reglas del juego parlamentario al formular preguntas-dardos al líder opositor, sin que la presidenta del Congreso, que le debe su cargo, recobrara por un instante su papel institucional para recordar al orador que la sesión era para que la oposición preguntase y el Gobierno contestase, no al revés. Y es la tercera autoridad de España la que actúa así, callando y devaluando al órgano representativo de la soberanía nacional.

Con la gresca permanente y la inversión de papeles en un Congreso que no aprueba leyes porque se gobierna por decreto, la política se empobrece y la democracia se debilita. Sánchez debía haber suscrito el amargo autorreproche de aquel presidente de la I República: "Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros". Y los españoles...

MERITXELL Batet quiere ponerse en su sitio. El menosprecio de los últimos gobiernos (de PP o PSOE) al papel de Las Cortes y los malos modos parlamentarios han rebajado a mínimos al poder legislativo en España. La reacción de Batet tras casi dos años y medio en el cargo llega tarde. La presidenta del Congreso empezó a perder atribuciones desde el primer momento, cuando en mayo del 19 agradeció en un rendido tuit a su jefe Sánchez, presidente de un Gobierno del que formaba parte, que la hubiese designado para el cargo. Separación de poderes en entredicho. Un Gobierno minoritario tiene mayoría absoluta en la Mesa de la Cámara y la tercera autoridad del estado es subalterna del Ejecutivo.

Batet riñó el martes pasado a sus señorías por los insultos y faltas de respeto en los debates. La sobreactuación de los populismos de extrema derecha, extrema izquierda o el independentismo recalcitrante han contaminado al resto. La filípica no sirvió de nada. Al día siguiente, en la sesión de control al Gobierno, la ultranacionalista catalana de Junts calificó a la judicatura y a la policía como fascistas. Y añadió que la detención de Puigdemont en Cerdeña había sido un putiferio. En italiano putiferio significa desmadre, pero la RAE lo define como puterío. Los líderes de los dos principales partidos tampoco se dieron por aludidos. El presidente del Gobierno y el del PP interpretaron un diálogo de besugos. Preguntó Casado a Sánchez si era la equis del caso Ghali, si había ordenado falsear las estadísticas del INE y si iba a traer a España a Puigdemont. El interpelado no contestó, pero contratacó a su rival con las pensiones, en una burla al control parlamentario.

La presidenta sostiene que no hace falta reformar el Reglamento del Congreso, pero sería deseable para que las sesiones de control dejen de ser un hazmerreír. (Como las del Parlamento andaluz, sin ir más lejos). Por ejemplo, habría que poner en marcha largas comparecencias del presidente con preguntas espontáneas, como hacen nórdicos o británicos, en vez de cuestiones registradas con seis días de antelación. Y, ya que estamos, estaría bien que las leyes tuviesen rapporteurs como en el Parlamento europeo. Y, por qué no, que Las Cortes tuviesen un servicio de estudios propio para no depender de los del Gobierno.

Manuel Marín pretendió hacer cambios del Reglamento en su mandato, entre 2004 y 2008, y se quejaba de que ni su partido le apoyaba. No sólo hay que quejarse de la bronca. El Congreso hace aguas y Batet no sabe cómo contener la inundación.

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