Da la impresión de que la pandemia, como el teletrabajo, ha venido para quedarse. Los seres humanos, tan dados a acomodarnos y a vivir en la rutina, parecemos condenados a aceptar que durante un tiempo, un tiempo ya demasiado largo por cierto, tendremos que convivir con una serie de circunstancias que hace sólo unos meses nos parecerían extraídas del argumento de una novela de ciencia ficción. Palabras como coronavirus, Covid, desescalada, ERTE y otras muchas, existían previamente, pero pocos habrían sido capaces de definirlas en las Navidades pasadas, en tanto ahora se utilizan de forma generalizada.

Las costumbres, como dice el refranero, se hacen leyes, aunque no tan fácilmente las leyes se hacen costumbre. En este caso, sí está sucediendo así y el público en general sabe ya más de mascarillas que un técnico en protección de riesgos laborales. Los geles hidroalcohólicos para la protección de manos, las desinfecciones con lejía de instrumentos y mesas para uso público o las distancias de seguridad para evitar los contagios se han convertido en medidas de uso generalizado que han permitido tildar de insensato a quien no las cumple.

Hasta aquí, todo perfecto. El pueblo, que ha oído hablar de algo que llaman inmunidad de rebaño, se ha comportado como tal y sigue en su gran mayoría las consignas como si fuesen borregos. Únicamente falla un pequeño detalle, y es que los pastores no son de fiar. Tan pronto dicen que viene el lobo, como que ya se ha ido. Un día defienden las mascarillas y al otro dicen que no hacen falta. Y lógicamente, cuando la información es confusa se crea incertidumbre.

Todo sanitario sabe que la información al paciente debe darse con gran tacto y sensibilidad, lo que no tiene nada que ver con el engaño. Pero en esta pandemia, todos estamos bajo sospecha. Unos, por no cumplir estrictamente las normas de prevención; otros, por aprovecharse de las circunstancias, y todos padecemos la información sesgada. Las cifras de contagios, curaciones y muertes se dan como si fuesen las distintas clasificaciones de una carrera ciclista. No se oye la voz de los entendidos, la de los científicos expertos, sino la de aquellos que siguen consignas concretas y forman parte de la propaganda. No son de fiar. Como decían los indios de las películas, mí no comprender. Nos hemos convertido, sigo con el western, en rostros pálidos con cara de jugador de póker.

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