Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El casito

El arquetipo cómico del hijo tonto, del señorito bobo, viene que ni pintado al nacionalismo catalán que nos ha tocado

Afirmaba Elvira Roca Barea, con toda la incorrección política de su parte, y afortunadamente, que lo de los nacionalistas catalanes y vascos es como tener un hijo tonto, desgracia por otra parte compartida entre la plana mayor de los hogares españoles: ahí lo tienes, sentado a la mesa, con esa pinta de vestir medias de lana, creyéndose el ombligo del mundo y diciendo nada más que tonterías. ¿Y qué puede uno hacer con ese hijo tonto? Pues nada, apechugar, tirar como buenamente se pueda, hacer mutis por el foro antes de que estallemos de aburrimiento o de ira y procurar, por tanto, no hacer demasiado caso al presunto, porque los hijos tontos sostienen su condición, precisamente, llamando la atención todo el tiempo con tal de que se les haga caso permanente. Y sí, el arquetipo cómico del hijo tonto, del señorito bobo, viene que ni pintado al nacionalismo catalán, del que cabe ocuparse hoy en esta extraña jornada de resaca. Porque si algo ha mantenido vivo el pulso independentista (esperen que ya saldrá alguien a puntualizar que no es lo mismo nacionalismo que independentismo, como no es lo mismo erotismo que pornografía) es la insistencia hasta el hartazgo de sus próceres y acólitos a la hora de pedir que les hagan caso, con una pesadez legendaria, tirando del brazo de cualquiera que pase, oiga, mire usted.

Y tanto caso hizo Mariano Rajoy a estos pesados que allá que mandó a los antidisturbios para darles la guerra que pedían y para que así pudieran seguir reclamando atención durante al menos una década con la declaración a devolver. Y tanto caso les ha hecho Pablo Iglesias que no ha dudado en comparar a Puigdemont con los exiliados del franquismo, tirando por la cañería toda la memoria de aquellos represaliados si hacía falta, pero es que, claro, hay que hacerles casito. Y no sólo a tales niveles de portavocía: tras la brutal agresión policial sucedida en Linares, allá que salió la guarda pretoriana del procés a recordar en las redes que no, que opresión la que tienen ellos, que si les han pegado a los andaluces algo habrán hecho, de entrada votar lo que no debían; es decir, lo mismo, más o menos, desde la Transición. Al final, lo que estas elecciones y sus días previos han demostrado es que la sociedad catalana es tan compleja y diversa como otra cualquiera. Y este diagnóstico espanta a los hijos tontos que tachan de colonos a los disidentes y en cuyos anales nadie nunca votó a Ciudadanos en Cataluña.

En fin, ya ven, habrá que seguir apechugando. Porque si algo caracteriza a los hijos tontos es que nunca se largan aunque se pasen la vida amenazando con hacerlo.

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