Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

Algo más que capillitas

El apoyo a las hermandades por parte de las administraciones debe superar lecturas miopes

¿QUIÉN no guarda en su memoria un recuerdo de la niñez, acaso fugaz, pero intenso, de una procesión de Semana Santa, con la mirada en el Señor o en una Virgen desconsolada bajo palio? El olor penetrante del incienso, el baile de capirotes agitando el cielo, la cera sobre cera derramada en las calles y tantos otros momentos componen un paisaje común a todos, seamos creyentes o no, que se hace presente cada primavera. Todo ello se lo debemos a las hermandades.

La Semana Santa es el momento en el que se hace más visible la labor de las cofradías, donde sale a la luz el trabajo de unos hermanos que actúan entre sí como tales, con un esfuerzo solidario encaminado a mantener las tradiciones y a desarrollar, en paralelo, una actividad constante en favor de los desfavorecidos que no siempre es difundida y reconocida.

El universo de los mal llamados capillitas es mucho más amplio porque no todo consiste en sacar brillo a los varales. Las hermandades dedican gran parte de sus recursos económicos y humanos a trabajar en favor de los demás, con el mérito de haber sabido incorporar en estas tareas a mujeres y hombres de diferentes generaciones, desde los abuelos a sus nietos. Sean o no de penitencia, pocas organizaciones son capaces de articular la sociedad como lo hacen hoy en día las cofradías: no existe pueblo o aldea en la que la imagen de un cristo, una virgen, un santo o una santa no congregue a sus vecinos en unas fechas señaladas año tras año.

Tampoco se puede pasar por alto la labor cofrade en lo tocante a la creación, conservación, protección y difusión de su rico patrimonio, cuidando de él para exhibirlo en procesión como solo pueden hacerlo quienes lo aman con total intensidad. Más allá de nuestras creencias religiosas, ¿somos conscientes del lujo que supone poner en la calle tallas y pasos de tanto valor, con tanta historia a sus espaldas, a veces siglos, meciéndose tal cual lo hacían ante los ojos de nuestros antepasados?

Por lo que se refiere a la vertiente económica, el trabajo desinteresado de nuestras hermandades tiene un impacto que merece ser igualmente destacado porque de ellas dependen directamente muchos talleres de restauración de obras de arte, sastrerías, bordadores, joyerías, cererías, floristerías, carpinterías... a las que se suma de forma indirecta el sector del turismo, desde bares y restaurantes a hoteleros, pasando por toda la cadena de suministradores de productos y transportistas, entre otros.

Por todos esos motivos, el apoyo de las administraciones a las hermandades debe superar las lecturas miopes porque no son sino colectivos ciudadanos con una incuestionable utilidad social. Nada que objetar, por tanto, sino todo lo contrario, a la aprobación por parte de la Junta de Andalucía de una línea de ayudas a las cofradías por valor de medio millón de euros al año para que restauren su patrimonio. Tampoco se puede reprochar que muchos ayuntamientos contribuyan a la sostenibilidad de las hermandades con subvenciones directas, siempre y cuando el uso de esas partidas, como dinero público que es, quede bien justificado y acreditado.

La Semana Santa es una de las más claras señas de identidad de nuestra sociedad dad y contribuir a su mantenimiento, una obligación por parte de todos.

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