Campo chico

Alberto Pérez de Vargas

Pérez Vigo y su zapatería

Manolo Pérez Vigo se crio en esa zapatería que fue academia en su trastienda y campo de fútbol para botones

La zapatería, al fondo a la derecha, hacía 1900.

La zapatería, al fondo a la derecha, hacía 1900. / E.S.

La calle General Castaños, de Algeciras, es la quebrada de tres calles. El largo tramo que parte del Secano, termina de ser su ser en la calle Larga, denominación clásica de la hoy Cristóbal Colón: es el más característico y al que se alude, con frecuencia por separado, como calle Carretas, el antiguo nombre de la vía. En sus esquinas de llegada, la Fábrica de Fideos y Muebles Piné: dos establecimientos históricos ligados a familias de gran significado social. Luego, el pequeño tránsito desde Cristóbal Colón a la embocadura del callejón del Ritz, partiendo de una fachada en la que reside el buen gusto, la Farmacia Hernández, donde una pequeña placa de cerámica, alude a un personaje entrañable: Paco el Cortina. Los Hernández son descendientes de Piné y del inolvidable músico militar Justo Sansalvador, de modo que el buen gusto ya lo habían puesto de manifiesto, simplemente, naciendo. La calle Prim, o Mola, divide en dos ese tránsito, definiendo el final del viejo paseo de cuando no teníamos más que cines. Por ella bajaba el personal desde la calle Ancha y la Plaza Alta, hasta “Los Ratones”, el nombre popular del Escudo de Madrid, un bazar mercería radicado en el espacio sur de la ciudad.

Hay quien dice que Cádiz son tres provincias en una, la capital, San Fernando, Chiclana, los Puertos y sus zonas de influencia; Jerez, la campiña y la sierra; y el Campo de Gibraltar. Con sus tres capitales (de hecho, las dos últimas), Cádiz, Jerez y Algeciras. Pues bien, a la calle Carretas o General Castaños le pasa algo parecido, son tres calles en una. El tercer tramo, que va desde donde estuviera la tienda del manquito, en los bajos de la sastrería de José Romero, y La Alicantina, hasta su desembocadura en Jose Antonio, no sólo guarda secretos de nuestra historia moderna sino que venía a dar al patio de Ramón Méndez, en el que una altísima conífera rivalizaba con la del Hotel Bahía en El Rinconcillo. Ese cruce, como el de la calle Convento con la Plaza Alta, acogía el pequeño estrado circular donde un municipal dirigía el tráfico. Hacia el día 20, en esta fechas, se empezaban a acumular a su alrededor los regalos que la gente hacía a los pocos agentes que podía permitirse el Consistorio.

Calle General Castaños y Fábrica de Fideos (1911). Calle General Castaños y Fábrica de Fideos (1911).

Calle General Castaños y Fábrica de Fideos (1911). / E.S.

En unos días, Manuel Pérez Vigo cumplirá ocho décadas de estancia en este mundo que Dios guarde. Es uno de aquellos muchachos de la Generación del Cronista, de los más representativos. A propósito de esta denominación, debo dejar constancia de que así llamaré siempre a los niños algecireños de la posguerra, los que jugaron en esas queridas calles de lo que hoy es el centro histórico, más allá de ocurrencias nominativas inconsistentes y salidas de madre. El Cronista será siempre Luis Alberto del Castillo Navarro, por más que antes y después de él, sea el que sea quien tenga el honor y alcance o haya alcanzado las más altas cotas del reconocimiento a su quehacer y méritos. Manuel nació en estos días que vienen, hace ochenta años, muy lejos de Algeciras; es ese un detalle importante, por cuanto la nascencia es cosa a considerar. Pero en sus justos términos, sin añadir trascendencia o condicionamiento a una circunstancia colateral y por lo general azarosa. Su padre era militar, como él lo ha sido, y aunque nació en Algeciras, estaba destinado en La Coruña, donde nacería Manuel. Su madre, Consuelo, gallega, de apellido Vigo, falleció antes de que Manuel cumpliera los tres años. Ese triste hecho y el origen de la familia paterna, determinó que nuestro ahora paisano fuera enviado a casa de su abuelo, propietario de una zapatería de referencia en los años cuarenta y posteriores: la zapatería Sebastián Moreno. Era el frente con el que uno se encontraba al llegar a José Antonio desde General Castaños.

En mi memoria está también la figura de Carlos García Peña, un notable profesor de la Universidad Complutense

Las tiendas de Fillol y de Ramírez tenían mucho de columnas de Hércules de ese paraje, epicentro del dinamismo de una ciudad que aludida en su escudo como “bis restaurata”, lo ha sido, como El Rinconcillo y por análogas causas dejatorias, restaurada, o tal vez recuperada, bastante más de dos veces. Si yo hubiera estado en el equipo de ilustres que, capitaneados por Luis Alberto, dio carta de legitimidad a un escudo que andaba buscándose a sí mismo sin acabar de encontrarse, habría añadido “et pluries laeditur” (y muchas veces dañada). Tanto deterioro y tanto mal gusto no han podido del todo con una ciudad que ha aguantado agresiones de toda clase y género. Fillol a la izquierda y Ramírez a la derecha, tan distintas, tan complementarias, te abrían hacia esa fachada centrada en un amplio patio, el número 7, que se completaba hacia el sur con una zapatería. Si ese establecimiento todavía existiera, estaría en los circuitos turísticos, incluso quizás en la llamada Ruta de Paco de Lucía, pues no cabe duda de que nuestro universal paisano pasó por delante de ella infinidad de veces.

Fillol y Ramírez (alrededor de 1900) Fillol y Ramírez (alrededor de 1900)

Fillol y Ramírez (alrededor de 1900) / E.S.

Manolo Pérez Vigo se crio en esa zapatería que fue academia en su trastienda y campo de fútbol para botones en su mostrador de mármol. Estudió magisterio (en la Universidad de Málaga), como su amigo y socio Manuel Gamba, también vecino del patio, y ambos fundaron la citada academia en las habitaciones de atrás de la zapatería. Al otro lado del portal había una pequeña turronería y la peluquería del padre de Tina, la bella mujer de la que se enamoró José Silvestre, permanente tutor de los movimientos, desde su puesto de vigilancia en Los Rosales, del camión de Correos. Pero Manolo quería ser militar y la mili le dio la oportunidad que esperaba. Recibió su despacho de alférez en la Academia de Artillería de Segovia, en 1976, formando parte de la primera promoción de la Escala Especial de Jefes y Oficiales. Su formación se completó graduándose como Oficial de Mantenimiento de Misiles en la Escuela de Defensa Aérea de Estados Unidos (Fort Bliss, Texas). Puso en marcha el Grupo de Observadores de las Naciones Unidas para Centroamérica (ONUCA), alternando destinos en Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, y formó parte del grupo de siete militares españoles integrados en el de observadores internacionales, en el desarrollo de las primeras elecciones libres celebradas en Haití en 1991. Al año siguiente regresó a su tierra como Comandante Mayor de Plaza del Gobierno Militar del Campo de Gibraltar. Se retiraría en 2006, siendo Jefe de la Oficina Subdelegada de Defensa en el Campo de Gibraltar, tras recibir a lo largo de su carrera numerosos reconocimientos y condecoraciones. Entre ellas la Cruz con Placa de la Orden del Mérito Militar, la Encomienda con Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, la Medalla de Campaña por operaciones militares en el exterior y la medalla de Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas.

Un café en la calle Carretas hacia 1920. Un café en la calle Carretas hacia 1920.

Un café en la calle Carretas hacia 1920. / E.S.

La esposa de Manolo, Eloísa Martínez de Maturana, pedagoga, trabajó en el gabinete de Psicopedagogía de la calle Convento, dirigido por María José Segovia, una prestigiosa profesional malagueña cuyo marido, Rafael de las Cuevas, fue durante un tiempo, como funcionario de la Mancomunidad, director de la revista Almoraima. La brillantez del matrimonio de Manuel y Eloísa, tan significativo en el desarrollo de la sociedad algecireña, se ha extendido a sus cuatro hijos y seguramente seguirá más allá de nosotros a través de sus ya tres nietos. En mi memoria, a lo largo de este relato, está también la figura de Carlos García Peña. Formaba parte importante de esa troupe de gente maravillosa, a veces tan ignorada de sus paisanos. Le he preguntado a Mamé (José Manuel de las Rivas) algunos detalles que me faltaban y gracias a él he actualizado la figura de ese algecireño casi desconocido, que cursó Historia del Arte en Madrid, en la primera licenciatura diseñada en España, después de haberse licenciado en Filología Inglesa, y que fue uno de los más notables profesores de su tiempo en la Universidad Complutense. Está enterrado frente al mar en Algeciras, y en su casa de la calle Convento, en los altos del legendario Bar Coruña, tuvo su primer alojamiento nuestra querida Conchita Jurado, la profesora de latín de la que acabamos todos enamorados.

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