Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El camino

Mucho antes que el fundador del Opus Dei, Teresa de Jesús ya redactó una guía, un camino, de perfección

En el primer verso de su Divina Comedia, Dante ya avisa: "En el medio del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura; la vía recta se había perdido". Sinatra interpretaba la canción de la vida de todos nosotros, con el doble sentido que my way tiene en inglés: mi camino y a mi manera. Paul McCartney le destiló el lirismo pop a la melancolía simbolizada en un largo y sinuoso camino (a veces tortuoso). A pesar de su natural hosco, Van Morrison le cantó al lado brillante de la vida, del camino. Antonio Machado, que hizo 145 años el sábado pasado, advierte al caminante de que el camino se hace al andar, y yo en esto interpreto que toda brújula es tan necesaria como, a la postre, vana. Escrivá de Balaguer propuso, no sin éxito, un tardío calvinismo católico en una España desarrollista en su Camino. Mucho antes que el fundador del Opus Dei, Teresa de Jesús ya redactó una guía, un camino, de perfección. Todas estas citas las traigo aquí de memoria; no por apabullar, sino por edad: los aviones que quedan por pedir pista antes que el mío son muchísimos menos que los que, aunque en vuelo, tardarán en aterrizar. El camino, tarde o temprano, cesa.

En estos días de privilegio, en los que la primavera se ha zampado con prisa al invierno de pies a cabeza, he recibido el regalo -de quién, no lo sé- de poder recorrer a pie un poco de El Bierzo y mucho campo de Lugo, hasta llegar a Santiago. Un camino de verdor, agua y silencio, de trochas y repechos; otra vez, Machado: "El camino que serpea, y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece". Los pocos caminantes de mochila -todos forasteros urbanitas, no camina por gusto el pastor y el hortelano- satisfacíamos, supongo, necesidades diversas: hay quien sube y baja apenas dos peldaños en la pirámide de necesidades del famoso Maslow, y programa con empeño las comidas y previene las ampollas de los pies, y abraza a su pelotón de ocasión cada vez que se lo topa. De la necesidad fisiológica y de seguridad, a la social. Otros no quieren relacionarse con desconocidos sólo porque toque: eso es justo lo que no quieren, y los escalones de la tal pirámide que estas otras personas transitan son los del logro -quizá la expiación, o aceptarse a sí mismos- y la autorrealización (término un poco avinagrado, o sea, viejuno). Mañana, volviendo a casa, ya por un camino asfaltado y en un coche, puede que nos detenga y deje tirados la repentina revolución rural (¿por qué no antes?). La de la España vacía, en la que toda casa se vende barata. Pero ese es otro camino. No sé si a ninguna parte.

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