Para que nada cambie

30 de agosto 2025 - 03:05

Ya está. Se acabó. Hace ya un mes que escribía que estaba próxima la nevera a cuestas, la siesta en la playa a la hora a la que cenan los british. Y ahora, agosto se nos escapa de las manos como una trucha enloquecida, un agosto homicida, de festival de cigarras y de fuegos incontrolables; de veinticinco baños diarios en el mar y de no salir del agua hasta no tener los cataplines arrugaítos arrugaítos como los del abuelo. Atrás queda mi Cadi con su levante fandanguero y con su gente, con mi gente, a la que me he comido a besos que sabían a sal y a pretéritos perfectos simples.

Ya sé yo que la vida avanza y que es incierta, que depara aún cosas que son incógnitas como cíclopes de grandes, pero así como por septiembre llega la época de las migraciones y con ellas las costumbres a hidratarse en los abrevaderos de los regresos. El tiempo me lo ha mostrado, y dentro de mí, en esta vida azarosa, se ha instalado una convicción: yo ya no sé ser gaditano sin decir hasta pronto. Cádiz, mi Cadi, se me transforma en una epifanía cuando cruzo Despeñaperros y ya no dejo de pensarla hasta que desde el coche, tiempo después, vuelvo a oler los océanos de olivos jienenses.

Viene a morir agosto y a renacer mi gaditanismo en el mes del desperezo y, como cada año, he cambiado el sonido de las gaviotas por el de los TikTok del metro; el bocinazo estentóreo y grave del ferry a Ceuta por el de los cláxones de conductores enajenados; y, como un eco que se pierde entre las tildes de las montañas, acaso ya solo puedo intuir los ceceos y las eses aspiradas. Aunque todo es distinto, para que nada cambie he llegado a Madrid un poco tarado por la letanía del viento y, al final, entiendo que para irse de Cádiz hay que estar un poco loco. Sé que con el paso de las semanas iré recuperando la cordura y se me irá suavizando el acento; sé que entonces una fuerza inconmensurable que no comprendo vendrá a reclamarme el cumplimiento de mi promesa y que, inconscientemente, comenzaré a mirar billetes de tren o a medir la presión de las ruedas del coche. Se repetirá este proceso tres o cuatro veces al año como un sano hábito, como una práctica que deseo hereditaria. Hay quienes se pierden en la rutina, hay quienes la aborrecen y hasta la maldicen. Yo celebro esta bendita rutina que es volver a Cádiz. Para que nada cambie. Aunque todo sea distinto.

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