Aunque no sea deseable, lo cierto es que los cambios sociales suelen obedecer casi de forma matemática a la ley del péndulo. Si antes hubo rigidez de costumbres, después vendrá el desenfreno más absoluto; si la norma era el recato se mudará con toda facilidad a su opuesto, el descaro y si previamente imperaba la sobriedad seguro que lo que se llevará luego será el despilfarro. La razón de estos bandazos (que dejan de lado el "término medio" que el sentido común suele aconsejar como lo más conveniente) hay que buscarla en los motivos políticos o ideológicos que suelen impulsar estos cambios.

Los que llegan no solo aspiran a corregir costumbres y reglas a su juicio injustas o erróneas, sino que, en una suerte de venganza, pretenden llevar a la sociedad por caminos que menosprecien al sector de la población que no comparte sus ideas. Tal actitud justifica que, en muy pocos años, el país se haya vuelto del revés en asuntos en los que están involucrados los valores, la moral e incluso las creencias de las personas. El aborto, la homosexualidad o la familia son buenos ejemplos de esas oscilaciones extremas.

Sin embargo, resulta sorprendente que estos "pendulazos" afecten también a hábitos sociales que nada tienen que ver con la ideología o catadura moral de las personas, sino que, más bien, están relacionados con su grado de civilización. La urbanidad, la compostura, la cortesía… en definitiva, los buenos modales deberían ser hábitos inmunes a las transformaciones sociales ya que, al fin y al cabo, la buena educación es el parámetro más fiel para medir cuán alejada del salvajismo está una sociedad.

Desafortunadamente, no parece que este sea un asunto que nos preocupe demasiado, siendo algo cotidiano el que la gente se comporte irrespetuosamente en su trato con los demás, que utilice y abuse- del espacio público como si fuera suyo, que vista inadecuadamente y hasta ofensivamente para según que lugares (hospitales, escuelas…) e incluso que acompañen ese aspecto zarrapastroso con un manifiesto rechazo de la higiene personal.

Si los buenos modales los enseñan los padres, que enseñanzas transmitirán a sus hijos, por ejemplo, unos especímenes como los que dialogaban en un bar en el que quien esto escribe tomaba café: "¿Cómo estás chocho?", le dice, a voces la recién llegada a la camarera (al parecer conocida suya) que está tras la barra. "Tía no veas que tetas y que culo estás echando", le responde a bote pronto y en similar volumen la empleada. "¿Me estás diciendo gorda, cabrona?", fue la replica de la clienta con la que pusieron fin a su particular fórmula de salutación… tan cariñosa para las "damas" como abochornante para el resto de clientes de la cafetería.

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