Uno de los refranes que me ha acompañado desde mi niñez, es aquel de: "No hay mal que, por bien, no venga". Algunos pueden creer que es un ejercicio de optimismo irracional y gratuito, pero la vida me ha enseñado la vigencia permanente del dicho y la razón que tenían mi madre y mi abuela que lo tenían siempre presente. Pensándolo bien, coinciden en el refrán dos virtudes, la fe de que todo lo malo tiene un fin y la esperanza de que lo que venga a continuación, sea mejor que lo actual. Meditaba en ello, paseando ¡al fin! por la orilla de la mar en la playa de Los Lances, mi paraíso particular. En las noches de zozobra que hemos vivido por causa de la pandemia, con la dificultad de conciliar el sueño, en vez del clásico contar ovejitas, recordaba la imagen de mis pies acariciados por el reflujo del mar, mientras andaba y me quedaba dormido del tirón. Que quieren que les diga, simple que es uno.

Quizás la cosecha de muertes, miedo e incertidumbre asociada a la crisis sanitaria, no nos ha dejado ver más que las secuelas negativas de esta etapa. Sin embargo, tengo para mí que también, como en el refrán, nos vinieron bienes. Hay padres que, en el encierro forzoso, han descubierto en profundidad a sus hijos a los que las largas jornadas de trabajo, no les dejaban ver más que a retazos. Los hijos, han gozado con el lujo de disponer plenamente de sus padres que les han ayudado en sus deberes, a través de internet y les han dado ejemplos de solidaridad, con los familiares y los vecinos, aunque solo fuera asomarse al balcón a aplaudir. La familia, de cualquiera composición, a los que algunos por ideología o simple idiotez, no son capaces de ver como la célula básica de la sociedad, puede haber salido reforzada de la crisis. Grandes y pequeños han comprobado que, en tiempos de tribulación, siempre tendrás a los tuyos que no te fallarán. La cosa cambia con el tema de las relaciones de pareja. Parece ser que ha habido un repunte importante en las peticiones de asesoramiento a los abogados matrimonialistas. Supongo que las parejas que se querían, habrán acrecentado su amor al vivir todo esto juntos y aquellas a las que se les rompió el amor de tanto usarlo, se han dado cuenta que es mejor tarifar y vámonos que nos vamos. Hay cosas que me han emocionado, como los caseros que han decidido no cobrar a los inquilinos o los que han hecho brillar el sol de la generosidad. Hay más gente buena que mala y ahora conocemos mejor a los vecinos, a los que antes simplemente saludábamos, por cortesía. Hemos salvado el pellejo, con una cierta dignidad……. por ahora.

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