La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

A buenas horas mangas blancas

Al servicio del desordenado apetito de poder, la ciencia ha provocado los daños que ahora intenta remediar

S style="text-transform:uppercase">ecos como un garbanzo antes de ser echado en remojo a causa de la escasez de lluvias y abrumados por unas calores extremas: este es el poco halagüeño futuro que nos pintaba ayer a los andaluces la compañera Ana S. Ameneiro a partir del informe El clima de Andalucía en el siglo XXI. Solo hay una esperanza de atenuar este horror para que las calles andaluzas -sobre todo las anchas y abrasadoras avenidas modernas que olvidaron la antigua sabiduría de las calles estrechas y fresquitas- no se conviertan en los escenarios de Lawrence de Arabia (que proféticamente se rodó en Jordania, Almería y Sevilla como si fuesen una sola y misma cosa): que seamos más respetuosos con el medio ambiente y compatibilicemos el uso de energía fósil y energías renovables.

Como el estudio contempla todo el siglo XXI, a un servidor solo se afecta lo que pase en los próximos 16 años, como mucho. Pero tengo hijos y espero tener nietos que, según los cálculos de los Tornasol y Franz de Copenhague que a diario nos bombardean con sus ocurrencias científicas, vivirán 100 años.

¡La ciencia! Poniéndose al servicio del apetito desordenado de beneficios y del igualmente desordenado apetito de poder ha provocado, desde la Revolución Industrial hasta hoy, los daños que ahora intenta remediar. Ya lo advirtió Mary Shelley al publicar en 1818 la obra pionera del pesimismo anticientífico, Frankenstein o el nuevo Prometeo, en la que se expresaba el miedo ante las creaciones que escapan del control de su creador.

El tan traído y llevado cambio climático, como la bomba atómica que dotó al ser humano por primera vez en la historia de un poder de destrucción planetario, es resultado de esos descubrimientos que se escapan de control por un evidente desfase -como se denuncia desde Shelley hasta P. K. Dick pasando por Wells, Huxley, Orwell o Bradbury- entre el progreso ético y el científico. Auschwitz e Hiroshima son los dos nombres que lo simbolizan, recordémoslo a los pocos días del 75 aniversario de la Conferencia de Wannsee en la que se decidió el último acto del exterminio de los judíos y otras razas "inferiores", inspirado por el darwinismo social y realizado a través de métodos científicos, eficaces y modernos. Fíjense dónde ha terminado este artículo que empezaba, aun siendo tan grave lo del cambio climático, con tono irónico: en una sonrisa congelada en una mueca de horror. ¡La ciencia!

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