Las buenas comparaciones

No pensamos más que en las rivalidades políticas del claustrofóbico mapa autonómico

El primero que soltó lo de que "las comparaciones son odiosas" no sabía el éxito incomparable que iba a tener esa ocurrencia. Estaría quejándose de que lo comparasen con su hermano el guapo o con su cuñado el no se sabe qué. Porque hay comparaciones que son odiosas, qué duda cabe, pero hay otras (y no me refiero a aquéllas de las que emergemos triunfantes) que son muy necesarias para saber dónde estamos y cómo vamos. Una comparación es un sistema orientativo y una herramienta de motivación. Por eso, hay que quedarnos con las mejores, desechando las inútiles u ofensivas o las fáciles: las odiosas, en suma.

En este sentido, la España autonómica también ha sido un desastre. No es sólo el gasto duplicado, la propagación de políticos, los diecisiete sistemas asimétricos y las barreras interiores. Es que también nos ha condenado a compararnos con la comunidad autónoma de al lado. Fíjense ustedes en las conversaciones de la gente. Que si Madrid, que si Cataluña, que si Asturias, etc.

Eso nos desune. ¡Cuánta gente que vive en buena medida de lo que dejan los veraneantes se ha puesto suspicaz con las familias de otras regiones que venían a pasar una temporada con nosotros! Pero eso ya lo hablamos. Ahora quiero subrayar que las autonomías nos distraen de compararnos (las buenas comparaciones) con Corea del Sur o con Polonia y de sabernos en un complicado (Marruecos, China) escenario geopolítico. Imperceptiblemente nos hemos catetizado como los de Villadeabajo picándose con los de Villadearriba. Por unas comparaciones tan limitativas, perdemos la oportunidad de ponernos la meta ilusionante de mirar de igual a igual a los grandes países del mundo y de medirnos con ellos (en todos los sentidos de la palabra "medirse").

Tan hondo ha calado este efecto que somos capaces, incluso, de poner más barreras a la movilidad de los españoles dentro de España que a los que vienen de fuera, ya fuese de China o de Italia en la primera ola; o ahora de Inglaterra. Es un sinsentido que no dejen venir a alguien de Madrid, pero nuestro Gobierno haya tardado más que ningún otro en cerrar los vuelos del Reino Unido. No sólo por razones de solidaridad nacional, que también. Hemos perdido la perspectiva por no pensar más que en las rivalidades políticas del claustrofóbico mapa autonómico. España es hoy un país mucho más pequeño por dentro que por fuera; y apenas lo miramos nada más que por dentro.

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