Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

En boca cerrada

Sostiene Emilio Lledó que la libertad de expresión no sirve de nada sin libertad de pensamiento: he ahí el 'quid'

Será que uno ve conspiraciones hasta en la sopa, pero no deja de mosquearme la coincidencia de la crisis catalana (con esta especie de post-apogeo en el que el procés está lo mismo muerto que vivito y coleando) con la decisión de Twitter de universalizar la extensión de sus mensajes hasta los 280 caracteres, el doble de lo que podíamos escribir hasta ahora. El caso Puigdemont ha significado, entre otras cosas, el éxito de la consigna, de la militancia, de la adscripción sin fisuras; esto es, la rendición del pensamiento. Hay demasiada gente repitiendo sin cesar lo que unos cuantos quieren que se repita. La disidencia, el matiz y hasta el bueno, pero reciben ipso facto la sanción ya demostrada. Y ahí que ha venido Twitter al auxilio de los incondicionales permitiendo la inclusión de más palabrería, porque anda ya todo tan enrevesado y son tantos (y tan insospechados) los traidores que hay que prolongar un poquito más los lemas para quede claro el apoyo sin reservas al líder único. Las redes sociales constituyen una plataforma bien útil para el credo pero extremadamente contraria a la duda y más aún a la reserva, y su éxito explica a las claras las razones de por qué estamos donde estamos. Este siglo pedía obediencia ciega, facilitada por la representación del contrario como salvaje primitivo. Y nada como un tuit para obtener el carnet.

Quien mejor explica la cuestión es el filósofo Emilio Lledó al afirmar que la libertad de expresión no sirve de nada sin libertad de pensamiento. La primera, por más que pueda anhelarse y perseguirse, es una concesión de la autoridad; la segunda ha de dársela cada uno a sí mismo, pero a veces resulta incómoda y hasta peligrosa, de modo que resulta comprensible que buena parte de las cabecitas prefieran la seguridad del rebaño. Las redes sociales certifican una libertad de expresión casi absoluta mientras, he aquí lo grave, suscitan en el usuario la ensoñación de una libertad de pensamiento. Pero no, nada más lejos. Es la misma trampa por la que ciertos intelectuales y creadores de opinión (Dios nos libre de los astrocolumnistas tuiteros) sustentan su autoridad en el número de sus seguidores virtuales. Si el pobre Séneca levantara la cabeza, le entregaría la primera antorcha al pirómano Nerón.

La libertad de pensamiento se cultiva en la lectura, en el aprendizaje, en la reflexión. En el sometimiento de todos los presuntos axiomas a la duda más insobornable. Y también en el silencio. Se lo piensa mil veces antes de decir algo, porque conoce el valor de las palabras. Ahora que todo es soflama, igual va siendo hora de hablar menos y leer más. Adivinen quiénes saldrían perdiendo.

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