Es el choque generacional que siempre ha existido y que seguirá existiendo por los siglos de los siglos. A mis hijos les cabrea que les cuente batallitas y que les diga que son unos blandengues cuando comparo la crianza que tuvimos nosotros y la que ellos tienen ahora. Más o menos, lo que hacía mi padre conmigo cuarenta y tantos años atrás, pero esa parte de la historia me la callo para que no se me amotinen.

Me gusta contarles batallitas de finales de los sesenta y de los setenta, cuando Algeciras todavía era una ciudad pesquera, y se echan las manos a la cabeza al enterarse que bebíamos leche de cabra ordeñada en la puerta de la casa. Pasaba el Cachorro con su rebaño, agarraba a una de las suyas y le sacaba bien un cuarterón o medio litro en jarrillo de lata.

Por entonces, Miguel -el del diente de oro- o Pedrito Castillo, antes de echarse al mundo del toro, vendían el pescado por las calles en sus carros y también a diario pasaba un hombre con un cubo verde que te traía los chanquetes. Oooohh, cuántos recuerdos de aquellos chanquetitos fritos.

Eran los tiempos en los que tu madre, si te levantabas tontorrón para ir al colegio, te metía entre pecho y espalda una yema de huevo con azúcar y Kina San Clemente, en un vaso de Duralex gigante, que te ponía en órbita y subías la avenida La Cañá a ritmo de legionario ceutí.

Mis hijos se mosquean si les cuento estas cosas. Ya saben ustedes, donde se ponga internet, Amazon, la telefonía móvil y todas estas cosas que parecen haber existido siempre que se quiten todas las piaras de pavos que recorrían nuestras calles en diciembre para hornearlos en Navidad.

Y es que no se creen que con seis años nosotros ya éramos mayores para ir andando solos al colegio y que lo peor que podría ocurrirte, después de hacer una de nuestras travesuras, es que alguna vecina dijera "cuando vea a tu madre se lo voy a decir". Porque eso sí que era chungo. Porque tu madre no se andaba con chiquitas y te caía un meco cuando menos te lo esperaba.

Piensan que lo de la televisión en blanco y negro y con dos canales es otro de mis inventos y que la carta de ajuste y el himno de España para cerrar la emisión también son invenciones mías. Porque, puestos a darles datos sobre la evolución de las nuevas tecnologías, tampoco se creen que la Olimpiada de Barcelona 92 se hizo con un ordenador en Montjuic y otro en el centro de la ciudad, unidos por un cable, para que la prensa conociera los resultados casi en directo.

Y es que nuestros muchachos no han ido a una cabina de teléfonos a ver si alguien olvidó una moneda en el cajetín ni se han arrancado las postillas de la rodilla para poder flexionar sin que te doliera al romperse. Y es que sois unos blandengues, muchachos, pero eso sí, sois mis blandengues favoritos.

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