O bi o multi

Los desencuentros, órdagos, tensiones internas, declaraciones cruzadas, rupturas, etc., son naturales

Los cambios sistémicos producen movimientos tectónicos. La política española podría estar pasando de un sistema de balanza bipartidista donde el peso pequeño pero fatal de los nacionalistas era decisivo a un multipartidismo donde los nacionalistas son unos actores secundarios (aunque depende todavía). Estamos, por tanto, ante un posible cambio estructural y profundo del estado de la cuestión. Es lógico, por tanto, que se produzcan constantes y desconcertantes temblores de tierra y réplicas: desencuentros, órdagos, tensiones internas, declaraciones cruzadas, rupturas, etc.

Las fuerzas en tensión son muchas, hondas y contradictorias. A favor del bipartidismo juega la inercia histórica y la rentabilidad electoral. La ley de d'Hont es ley de dos. Pero en su contra, como explicaba aquí mismo Rafael Sánchez Saus, el hecho de que, ideológica y socialmente, el cuerpo electoral español es ahora muy diverso y variado y pide representación real y efectiva. Junto a esas grandes tensiones están los intereses de unos y de otros: los grandes queriendo ser más grandes o volverlo a ser y los pequeños aspirando a medianos o, al menos, más mediadores.

No me atrevo a hacer una profecía porque el triunfo del multipartidismo o la resurrección del bipartidismo depende (estando las fuerzas centrífugas y centrípetas tan compensadas) de cómo se gravite alrededor de las circunstancias. Sánchez-Moliní dio ayer con una metáfora mejor y más darwiniana: depende de cómo se adapte cada cual al medio cambiante. Esto es, de que 1) se sea capaz o no de negociar para el provecho de los ciudadanos; 2) de la percepción que estos perciban de la culpa o el mérito de cada postura y 3) del poder real conseguido. Y todavía más complicado: depende de la percepción que los votantes propios y los posibles de cada partido tengan de cómo defiende sus principios y sus compromisos. La aprobación ahora tiene que ir por barrios o compartimentos estancos. Con asegurarse la proporción del voto propio, ya tienen los partidos de sobra. No tienen que ganar el premio a la popularidad transversal.

El juego de la silla poselectoral resulta muy divertido para comentaristas, partidarios de las distintas siglas y aficionados en general. Con todo, no dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque. Lo que está cambiando es la distribución de fuerzas del sistema, que puede culminarse o no culminarse. Y ésa es la cuestión.

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