Dos barcos

Sintiéndose morir, Felipe II mandó hacer su ataúd con los restos de un galeón varado que había visto en Lisboa

Cuenta el malogrado Vicente Lleó, en su estupendo Nueva Roma, que Felipe II mandó construir en Barcelona la nave capitana, la Galera Real que triunfaría en Lepanto, y a cuyo mando iba su hermano, don Juan de Austria, porque los astilleros sevillanos quizá se hallaban ya en su hora de declive. No ocurría así con la pericia artística de la Nova Roma hispalense. Salida de astilleros, la Galera Real viajó a Sevilla para que fuera compuesta y decorada con un programa alegórico de Mal Lara, ejecutado a la pintura por Villegas y Marmolejo. Alegorías y figuras, por otra parte, de naturaleza pagana, que no diferían mucho de los arcos triunfales que habían recibido al rey, en 1570, cuando entró por la puerta de Goles, después de haber revisado la flota de ultramar, fondeada en el río.

Es en esa misma visita cuando el rey acudió, disfrazado, al gabinete erudito de Argote de Molina, en la calle de los Francos. Y ya existía entonces, en su realidad maciza y laberíntica, la vasta biblioteca de Hernando Colón, extramuros de la puerta Real, o sea de Goles, por donde el monarca había llegado. Su padre, el césar Carlos, también fue recibido con arcos triunfales, a la manera antica, cuando vino a Sevilla en 1526, para casarse con Isabel de Portugal. Pero entonces el rey entró por la puerta de la Macarena, y siguió su cortejo triunfal, Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina..., hasta llegar a las gradas de la Catedral, y de ahí al palacio de Pedro I el Justiciero. Como es sabido, ambos fueron, padre e hijo, príncipes renacentistas, siendo lo cierto que, por González de Amezúa, conocemos también la afición a la jardinería de Felipe II, y que se halla en el origen, como grata emulación arcádica, de la Alameda de Hércules.

Queda dicho todo esto en homenaje y recuerdo de Vicente Lleó (también se ha ido, recientemente, el gran pintor Manuel Salinas), con el añadido de una noticia que el padre Sigüenza incluye en sus memorias de Felipe II. Ahí dice el padre que, sintiéndose morir, el rey mandó hacer su ataúd con los restos de un galeón varado que había visto cuando fue a Lisboa, a tomar posesión del nuevo reino. Aquel barco, barco de la derrota, la aflicción y la muerte (la espantosa y ejemplar muerte de Felipe II, devorado por la gota), tan contrario a la Galera Real, comandada por el genio bélico de don Juan de Austria, se llamaba de las Cinco Llagas. Y fue allí, en una madera olvidada junto al estuario del Tajo, donde el hombre más poderoso del orbe quiso viajar hasta su dios.

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