Durante milenios pocas miradas te vieron. Oculto en oquedades de arenisca, al abrigo de los vientos del oeste y abierto a los húmedos levantes que horadan la blanda piedra con la constante parsimonia de los ciclos abiertos, tus trazos almagra se conservaron a salvo de retinas y expolios en tiempos de lindes y fronteras, latifundios y expropiaciones, protección y senderismo. En el abrigo de la Laja Alta no estabas solo. Otras embarcaciones formaban una prehistórica escuadra de barcos y navíos, bajeles y veleros tierra adentro que no vieron la luz hasta finales del siglo pasado.

Desde los altos de la garganta de Gamero el mar apenas se presiente. Un mar al que se llega siguiendo el curso del Hozgarganta y del Guadiaro, hasta los cabezos de Montilla y Alcorrín, donde hubo asentamientos en tiempos protohistóricos. Un mar que forma la embocadura oriental del Estrecho, el lugar que cierra por poniente un Mediterráneo que tenía en estos lares la condición de fin de todo un mundo. Un mar prohibido, territorio de ocasos, muertes y columnas que marcaban un final, pero también un principio.

A este mar apartado y proscrito llegaron naves parecidas en tiempos de los metales. Nada es más tentador que lo prohibido y hasta aquí se acercaron embarcaciones desde el civilizado oriente a este extremo del mundo en busca de lo que no tenían. En lajas y abrigos tierra adentro, los habitantes de este confín del mundo dibujaron navíos metecos que arribaban a estas costas de promisión. Por vez primera trazaron quillas, mástiles, velas y remos con una estética que tiene la innovación de lo naciente y la flota prehistórica de Jimena se convirtió en objeto de estudios e investigaciones.

Una de esas naves extranjeras fue elegida como imagen representativa del Instituto de Estudios Campogibraltareños. Otra fue el modelo en el que se inspiró Rafael Gómez de Avellaneda para ejecutarte, airosa escultura en metal al borde del puerto más importante del sur. Al principio te colocaron en el muelle más cercano a la antigua torre del Almirante, entre sillares de contenedores y barbacanas de grúas; ahora te han trasladado a un lugar más amable, entre barcos de recreo, blancos mástiles y deportivas velas, en el centro de una glorieta entre pinos piñoneros y retama de jardín. Muestras tu lado de estribor, dejando a babor el levante, adonde amanece cada mañana el perfil curvo de Gibraltar.

Enfilas la proa hacia el sur, hacia un Estrecho muy cercano, hacia un Estrecho que siempre fue cruzado a pesar de los mitos, advertencias y prohibiciones, hacia un Estrecho que siempre ha servido para poner en contacto mundos, aunque autoridades vecinas decreten que este verano no lo puedan cruzar sus ciudadanos desde la hispana orilla norte. Por encima de interesadas decisiones, este mar seguirá siendo surcado por agudas quillas al arrimo de otros acentos, a pesar de las volubles decisiones humanas proclives a prohibir.

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